LITURGIA Junio 17 El Reino brota a partir de lo sembrado en cada ser humano

En el evangelio de la misa del domingo pasado nos enteramos de la presencia de un grupo de «escribas que habían bajado de Jerusalén» y que señalaban las obras de…
En el evangelio de la misa de hoy (Marcos 4, 26-34) reconocemos tres partes, la primera y la segunda están constituidas con dos breves parábolas y en la tercera parte hallamos una puntualización sobre la enseñanza en parábolas. Las historias narradas en la primera y segunda parte se refieren al Reino de Dios, esto es, al plan o proyecto que Dios tiene para el mundo, lo que San Pablo en sus cartas llama ‘misterio’ y el evangelio según San Juan nombra como ‘vida’.
Las parábolas como recurso evangelizador en boca de Jesús se vuelven instrumentos aptos no tanto para ofrecer definiciones sino para presentar el movimiento, cambio o transformación que conlleva el Reino; cada una de las historias parabólicas viene a reforzar que el Reino es el proyecto de Dios se va realizando en la historia del mundo y de las personas. Desde esta perspectiva, vengamos a las parábolas de este domingo.
La primera parábola explica el dinamismo del Reino a partir del ‘normal’ desarrollo de una semilla sembrada en la tierra, este desarrollo habitual incluye la germinación, el crecimiento y, por último, la siega. Lo habitual es que un hombre siembre para recoger una cosecha.
Es importante notar que en este proyecto rutinario se asume como hecho la potencialidad de la tierra. Detengamos en ello. El texto griego describe la participación de la tierra dentro de este proceso en términos de ‘aytomáte he ge’, que de una manera libre se podría traducir en castellano como ‘la tierra automática’; el leccionario traduce «la tierra va produciendo [fruto] sola». La tierra, por sí misma, da la cosecha.
Tenemos que para comprender el dinamismo del Reino la primera historia parabólica del evangelio de este domingo nos lleva a considerar que Dios (sembrador) echa la semilla y deja que la historia (la vida del hombre) haga su trabajo, esperando la maduración para empuñar la hoz y recoger la cosecha. Desde esta perspectiva, la parábola es un reclamo a tomarnos en serio nuestra historia personal como el lugar donde se acoge, madura y se manifiesta el Reino de Dios.
La vida de todo hombre tiene que ser comprendida como ‘la tierra automática’ capacitada para que allí germine y así se llegue a manifestar el Reino, ya que al ser creado el ser humano a imagen y semejanza de Dios, Dios mismo ha dejado en cada uno la capacidad de acoger la gracia y dejarse transformar por ella. El Reino de Dios comienza a manifestarse en quien se toma en serio la propia existencia como obra de Dios.
La segunda parábola se propone como respuesta a la expectación que crea la doble pregunta retórica de Jesús: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?» A la expectación creada se responde con un contraste: al inicio tenemos la más pequeña de las semillas; al final nos hallamos ante la más alta de las hortalizas. En medio de estas situaciones contrastadas se menciona en dos oportunidades el hecho de sembrar la semilla, lo que nos remite de alguna manera a la primera parábola.
La insistente indagación por una imagen para expresar el dinamismo del Reino manifiesta la inquietud por saber dónde está la obra de Dios en el mundo: ¿cómo y dónde se reconoce en Reino de Dios? Estamos despistados si creemos encontrar las huellas del actuar de Dios en manifestaciones multitudinarias, en grandes y opulentas edificaciones, en señores que gobiernan
según los criterios del mundo. Antes, en la cristiandad, ahora, en el ambiente de una cultura planetaria, la tentación ha estado en poner a Dios a reinar en una cultura dominante.
Frente a estas tentaciones, la propuesta de Jesús en la parábola «de la más pequeña de todas las semillas» nos convida a contemplar el Reino como realidad presente que ha comenzado sin gran ponderación o espectacularidad, realidad que al mismo tiempo tiene un inmenso futuro en Dios. Las dos parábolas leídas en continuidad nos invitan a mirar en lo profundo de cada uno de nosotros para descubrir allí la semilla sembrada por Dios.
Finalmente, en la tercera parte del evangelio de este domingo, tenemos la conclusión de la enseñanza en parábolas que realiza Jesús. Aquí el evangelista vuelve a algo que ya había dicho al inicio de esta sesión de las parábolas, hay dos grupos o auditorios, los discípulos y la multitud, a la multitud Jesús se dirige en parábolas, a los discípulos le habla directamente, así se explica mejor. Es decir, con las parábolas Jesús crea distancias con el auditorio, estas distancias se suprimen en el seno del grupo de discípulos. Una conclusión válida: para conocer «los secretos del Reino» es preciso ponerse en el seguimiento de Jesús.
Fuente Disminuir
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