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LITURGIA Junio 14 El sentido de la entrega de Jesús

11 de junio de 2020
LITURGIA Junio 14 El sentido de la entrega de Jesús

Ocurre en este domingo la solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor, la segunda de las cuatro celebraciones que nos ofrece el calendario litúrgico para llevarnos a…

La oración colecta de la misa de este domingo incluye el término ‘misterio’, que explicábamos hace ocho días referido al ‘misterio de la Trinidad’; hoy consideramos otra acepción de la palabra misterio: Señor Jesucristo, «te pedimos nos concedas venerar de tal modo los misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención».

‘Misterio’, además de referirse al plan o proyecto que Dios tiene para el mundo, también se emplea para nombrar un elemento o acontecimiento que se introduce para la realización del proyecto de Dios en la historia; en este sentido hablamos del misterio de la Encarnación, misterio de la Iglesia y en el caso de la fiesta de este domingo, el misterio de la Eucaristía: la presencia de Cristo por la conversión del pan en su Cuerpo y del vino en su Sangre.

Esta fiesta, llamada ‘Jueves de Corpus’, se comenzó a celebrar en la Iglesia en el siglo XIII para proclamar la fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía; la petición de la oración colecta demanda la gracia de acoger este misterio para experimentar el fruto de la Pascua. En este sentido, los textos bíblicos de la misa ayudan a conocer la riqueza de este misterio.

El texto de la primera lectura (Deuteronomio 8, 2-3.14b-16a) valora la experiencia de cuarenta años en el desierto como una prueba para Israel y al mismo tiempo como ocasión para reconocer la fidelidad de Dios. La fidelidad de Dios se manifestó a través del maná y de la revelación. Con el maná Dios atendía a las contingencias de lo inminente, con la Palabra Dios abría al pueblo un camino hacia el futuro: «No solo de pan vive el hombre, sino que vive de todo cuanto sale de la boca de Dios».

Al recoger la celebración de hoy las figuras del maná y de la palabra (revelación) para referirlas a la Eucaristía se alumbran dos sentidos de esta. En primer lugar, la Eucaristía como alimento de peregrinos expuestos en un ambiente que le ofrece resistencias y pone a prueba la fe, y, en segundo lugar, la Eucaristía como horizonte de sentido para la vida del peregrino; en este segundo caso hablamos de lo que se pudiera nombrar como el ‘estilo de vida eucarístico’ del discípulo. La Eucaristía nos ayuda a comprender que la plenitud de vida se alcanza precisamente entregándola, como lo hace Jesús.

La segunda lectura de este domingo (1 Corintios 10, 16-17) revela la eficacia de la Eucaristía realizando la unidad, pues tomar parte de la fracción del pan es comunión ‒en griego ‘koinonía’‒ con el cuerpo de Cristo. Participando de la Eucaristía somos hombres y mujeres de comunidad: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan». La Eucaristía realiza la unidad de los discípulos con Cristo y de los discípulos entre ellos.

En el evangelio (Juan 6, 51-58) tenemos la conclusión de la controversia de Jesús con los judíos en torno a la manera como Dios nos salva por medio de su Hijo encarnado. La controversia del capítulo 6 del evangelio según San Juan se desarrolla a través de la figura del alimento. Al ser el alimento algo necesario y que nos viene de fuera, esta metáfora nos lleva en primer lugar a reconocer que el ser humano no es autosuficiente. Con base en la ‘indigencia’ la controversia aborda el tema de lo que puede verdaderamente alimentar la vida del ser humano, es decir, qué puede verdaderamente dar vida al hombre.

Al ir avanzando la discusión Jesús va revelando que Él es el don que Dios ofrece para que el hombre tenga vida: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo», y en el texto que leemos este domingo pasa

a anunciar que el pan que alimenta de verdad es él mismo y que entregará su vida para que los hombres tengamos vida: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Aquí el término carne hace referencia a la persona histórica, humana, de Jesús de Nazaret, «Palabra hecha carne» (Juan 1, 14).

Los judíos manifiestan su dificultad para creer refutando que en la entrega que Jesús hace de sí mismo ‒su carne‒ Dios pueda estar salvando a la humanidad: ¿cómo puede esta persona ser alimento?: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» Ante la resistencia de los judíos Jesús insiste que su carne es «verdadera comida» y su sangre, «verdadera bebida». Al decir que Él es verdadero alimento para la humanidad está afirmando que en todo lo que Él nos revela como Palabra encarnada Dios está respondiendo plenamente a los anhelos más profundos del ser humano.

Esta plenitud de vida que Dios ofrece a la humanidad la alcanza quien entra en comunión profunda con la persona de Jesucristo, comiendo y bebiendo su cuerpo y sangre. A continuación, Jesús amplía su revelación descubriéndonos en qué consiste esta plenitud de vida: participar en la vida misma de Dios: «Yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí». El texto del evangelio nos lleva a comprender que en el sacramento de la Eucaristía la Iglesia nos ofrece este verdadero alimento que lleva, a quien lo acoge, a tener parte en la comunión de vida que hay entre Jesús y su Padre.

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