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LITURGIA Febrero 16 Él ha venido para que nuestra justicia sea mayor que la de los fariseos

13 de febrero de 2020
LITURGIA Febrero 16 Él ha venido para que nuestra justicia sea mayor que la de los fariseos

En el evangelio de la misa del domingo pasado, después de haber hablado de las dificultades en las que se encontrará quien ‘practica la justicia’, Jesús pasaba a animar…

La comunión en el amor de Dios es lo que permite que el cristiano llegue a asumir el espíritu de las bienaventuranzas con las que Jesús inicia el sermón de la montaña.

Continuando con la lectura del relato de Mateo, hoy nos adentramos en la parte central del sermón de la montaña, esta parte presenta la enseñanza de Jesús con base en la Ley promulgada en el Antiguo Testamento. El texto del evangelio de la misa de este domingo (Mateo 5, 17-37) incluye la introducción a esta enseñanza y la interpretación de cuatro preceptos veterotestamentarios: no matar, no cometer adulterio, expedir acta de divorcio al rechazar a la esposa y no jurar en falso.

Como lo venimos reconociendo en el leccionario de los domingos del Tiempo durante el año, el texto de la primera lectura y el salmo que le sigue ofrecen una primera aproximación a la enseñanza del evangelio. En este domingo, la primera lectura es un texto sapiencial (Eclesiástico 15, 15-20) que nos pone delante el ejercicio de la responsabilidad y la libertad; confiesan estos versículos en primer lugar que, así como el ser humano puede elegir entre opuestos: fuego y agua, dos elementos buenos que alegran al hombre, pero que se excluyen, también puede optar por la vida o la muerte.

La elección entre muerte y vida recuerda al libro del Deuteronomio que presenta la Ley como camino que conduce a la vida y el rechazo de esta que lleva a la muerte. Sobre esta alusión general a la Ley el texto sentencia que Dios no manda a nadie que peque, pero quien opta por el mal malogra su vida.

Esta ambientación que nos propone la primera lectura y el salmo nos lleva a centrarnos en la primera parte del evangelio: el preámbulo a la enseñanza de Jesús sobre la Ley. Este contiene cuatro afirmaciones, en la primera Jesús manifiesta el objeto de su misión –‘he venido’– y para ello acude a dos verbos: desvirtuar (en griego ‘katalyo’, deshacer, abolir) y darle todo su valor (en griego ‘pleroo’, hacer pleno algo, llevar a la plenitud) y estos verbos referidos a la revelación (la Ley y los profetas).

Por el contexto de la enseñanza uno primeramente pensaría en la misión de Jesús en orden a desvelar el sentido pleno de la revelación que se ha venido dando desde el Antiguo Testamento. Pero si pensamos en la totalidad de la vida de Jesús, desde su encarnación hasta su glorificación en la Pascua, se nos manifiesta que Jesús ha venido para cumplir lo anunciado en la Ley y los profetas. Nos hallamos ante una disyuntiva: ¿El envío y la misión de Jesús tienen por objeto llevar a su máxima expresión la revelación o Él vino para consumar el proyecto de Dios para el mundo?

Las dos cosas evidentemente, pero por la frase que sigue a continuación parece que el sermón de la montaña refiere la misión de Jesús más hacia la consumación del proyecto que se viene desarrollando en la historia y que concluirá con la plenitud en ‘el cielo nuevo y la tierra nueva’. Es decir, Jesús anuncia que ya ha comenzado el tiempo definitivo anunciado por la Ley y los profetas, esto es, la irrupción definitiva del Reino.

Este tiempo nuevo en la relación con Dios se presenta como el de una justicia mayor que la de los escribas y fariseos. Para los antiguos la relación con Dios pudo haber implicado el esfuerzo personal para cumplir la Ley, en el tiempo nuevo la salvación pasa a ser comprendida como fruto de la gracia de Dios que transforma al hombre y lo habilita para obrar la justicia (véase Jeremías 31, 31-34; Ezequiel 36, 24-27). La misión de Jesús se la puede comprender como la entrega de su vida para que

el hombre sea renovado desde lo más profundo de su ser; la entrega de Jesús para comunicar al hombre la gracia como salinidad, de la que oíamos el domingo anterior.

San Agustín en una obra a manera de prolegómeno a la lectura de la sagrada Escritura advierte al lector del texto sagrado que en la Biblia se encontrará con dos clases de preceptos: unos preceptos que mandan hacer ritos y otros preceptos que él llama ‘preceptos morales’, la diferencia está en que estos segundos no se pueden cumplir sin la gracia de Dios. Desde esta diferenciación de san Agustín comprendemos que por la Pascua Jesús nos introduce en la plenitud de la Ley, es decir, la muerte y resurrección de Jesucristo nos transforma y nos habilita para practicar la justicia.

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