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Liturgia: Comentario al Evangelio del domingo 

24 de octubre de 2022
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Domingo XXX del tiempo ordinario (Lucas 18, 9-14)

De nuevo el tema de la oración. Jesús propone una parábola a primera vista desconcertante, pues en ella contrapone dos maneras de orar, de tener fe, de relacionarnos con Dios.

La que hace el fariseo, en perfecta coincidencia con su secta, es alabarse y complacerse en sí mismo por su observancia de la ley y sus buenas obras. No necesita nada de Dios, ni perdón, ni salvación. Más bien es Dios quien debería agradecerle; él no es como los demás hombres que no observan la ley. Ora “erguido”, se siente seguro ante Dios. Este hombre no sabe lo que es hacer oración.

El recaudador, en cambio, desde la distancia reconoce su condición de pecador y por ello ni siquiera se atreve a mirar al cielo; no se compara con nadie, reconoce su necesidad de ser salvado y confía en la misericordia inagotable de Dios.

Dios escucha las súplicas de los débiles y necesitados, nos dice la primera lectura. Y el salmo 33 es una invitación a alegrarnos porque el Señor escucha a los que lo invocan.

Hermanos, entendámoslo bien: lo que Jesús condena es la actitud del fariseo: con su hipocresía y su autosuficiencia nunca va alcanzar el perdón y la salvación de Dios, nunca va a vivir la experiencia gozosa el amor de Dios y del perdón. No olvidemos que la salvación no se alcanza por observar la ley, sino por la fe en Jesucristo; así nos lo enseña san Pablo en Gal. 2,15. y en Rom. 3,21.

Si bien ninguno de nosotros quiere que lo llamen “fariseo”, vale la pena preguntarnos, una y otra vez, si en nuestras vidas, y en particular en nuestra relación con Dios, hay sinceridad, hay humildad, hay conciencia de nuestra condición de pecadores, si sabemos arrepentirnos de corazón. Si somos cómplices de alguna injusticia, si hemos causado algún daño grave a nuestro prójimo; si presumimos de ser justos y despreciamos a los demás.

Entonces, tendremos que golpearnos el pecho como lo hizo el publicano, y como él saldremos limpios de pecado.

Saludo y bendición para todos.

Padre Carlos Marin Gutiérrez

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