LITURGIA Abril 7 La vida moral del cristiano es fruto de la gracia

En la oración colecta de la misa de este domingo la Iglesia pide que Dios nos conceda a nosotros, los cristianos, vivir de aquel mismo amor que llevó a Cristo a entregar…
San Agustín, obispo de Hipona, hacia el año 400 escribió que la Biblia contiene dos clases de preceptos o mandamientos, unos de orden litúrgico y otros de orden moral, los primeros disponen el cumplimiento de ritos, los segundos no se pueden cumplir si no es con la ayuda de la gracia de Dios; lo que equivale a afirmar que la vida moral del cristiano es fruto de la gracia. Este es el mensaje particular que descubrimos en los textos de la liturgia de este domingo.
La primera lectura (Isaías 43, 16-21) anuncia el retorno del pueblo luego del periodo del exilio; el profeta Isaías advierte que este retorno se realizará como una nueva e inimaginable obra de Dios, ¡algo nunca visto!; por ello el pueblo no se puede quedar simplemente recordando lo antiguo. Este asombro lo recalca el salmo de meditación: «Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar». Así como regresar del exilio no puede significar retornar a lo mismo, de la misma manera el trabajo de la reconciliación está llevando al cristiano a una vida espiritual cada vez más madura.
El texto de San Pablo que leemos en segundo lugar (Filipenses 3, 8-14) invita también a olvidar el pasado y lanzarse hacia adelante; en este caso la experiencia de conocer a Cristo es la causa del salto cualitativo de lo pasado hacia lo que está por delante. En estos versículos que constituyen la segunda lectura de la misa, San Pablo confiesa la experiencia íntima de su conversión, desde esta situación manifiesta que en el pasado vivió pensando que la salvación se obtenía por el cumplimiento de la Ley, pero el descubrimiento de la verdad del Evangelio de Cristo lo llevó darse cuenta de que la salvación viene de Dios mismo y que consiste en participar de la plenitud de vida que surge para la humanidad en la Pascua de Jesucristo.
El evangelio de la misa de este domingo (Juan 8, 1-11) puede interpretarse como una controversia entre Jesús y un grupo de escribas y fariseos sobre el cumplimiento de la Ley y la salvación por la gracia que Dios comunica al hombre. Los adversarios tienden una trampa a Jesús llevándolo a tener que elegir entre el castigo de la lapidación de una mujer que «ha sido sorprendida en flagrante adulterio» y así cumplir la Ley de Moisés, o dejar de aplicar la pena que manda la Ley y con ello ser coherente con el mensaje del Reino que Él viene predicando. Como si el Evangelio de la misericordia estuviera enfrentado a la Ley.
En un primer momento, pareciera que Jesús se desentiende del tema: se inclina y empieza a escribir en el suelo con el dedo; este suspenso prepara al auditorio para una primera sentencia, a través de ella Jesús remite a sus contradictores a sus conciencias, la respuesta sobre el modo de obrar no hay que buscarla en el orden de lo jurídico sino en la verdad de la conciencia: «El que esté sin pecado, que le tire [a la mujer adúltera] la primera piedra». Esta propuesta de Jesús implica pasar de lo legal hacia lo moral.
Al dar este paso de lo legal a lo moral, los contradictores de Jesús se encuentran con la verdad de la conciencia y allí se dan cuenta de que el hombre solo puede vivir de la misericordia de Dios; en la verdad de su conciencia el hombre descubre que su existencia es gracia de Dios.
Entonces comienza la retirada, primero los de mayor edad, por último, los más jóvenes. No podía ser de otra forma, pues entre más haya vivido una persona, tanto más ha tenido ocasión de experimentar la gratuidad del amor de Dios en la propia vida.
Ahora queda Jesús sólo con la mujer, la sorprendida en adulterio no huye, aguarda una palabra personal de Jesús. Esta palabra de Jesús de nuevo pone delante el binomio legal –nadie te condenó– y moral –«En adelante no peques más»–. Jesús no descalifica la Ley, no desconoce la gravedad del pecado (en este caso adulterio), pero compromete a la mujer a ser fiel, la invita a vivir la realidad del perdón, a vivir la liberación del pecado que significa el perdón de Dios.
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