LITURGIA Abril 19 Presencia y comunión

El leccionario dominical de Pascua remarca la presencia del Resucitado en medio de la comunidad de discípulos y, a su vez, la vida de la comunidad como expresión de…
Los apóstoles, animados por el don del Espíritu, anuncian el kerigma a judíos que estaban presentes en Jerusalén, los oyentes que acogen el Evangelio se vinculan al proyecto del Reino mediante el rito del bautismo y así se conforma la Iglesia como comunidad de salvación. A continuación, el libro de los Hechos de los Apóstoles ofrece un resumen de la vida de los discípulos en la comunidad; este resumen menciona la participación asidua en cuatro acciones, las dos primeras –la enseñanza de los apóstoles y la comunión de bienes– se orientan al fortalecimiento de la comunidad; las otras dos actividades –la fracción del pan y la oración– sirven para acrecentar la comunión con el Señor.
En la segunda lectura de estos domingos estaremos siguiendo el texto de la primera carta de san Pedro, esta carta busca animar a los cristianos de las primeras generaciones que padecen dificultades porque el ambiente que los rodea los pone a prueba. En los versículos que escuchamos en este domingo (1Pedro 1, 3-9) se menciona esta situación: «ahora es preciso padecer un poco en pruebas diversas». En tales circunstancias el autor de la carta apela a la fuerza que surge de la esperanza que viene de Cristo.
La resurrección de Cristo engendra en el cristiano una vida nueva que de momento se muestra contrastada con el ambiente, pero esperamos que esta condición de vida nueva se vaya manifestando progresivamente hasta alcanzar la plenitud, entre tanto las dificultades del tiempo presente se asumen como la labor de acrisolar. El orfebre aquilata con el fuego el oro para hacerlo más valioso, así las crisis van depurando la vida cristiana haciendo que el discípulo se desprenda de actitudes o criterios que no son del Reino.
Las apariciones del Resucitado que leemos en el evangelio (Juan 20, 19-31) las podemos asumir como apoyo para la mistagogía en el sentido que el texto nos ayuda a reconocer la presencia del Señor en medio de la comunidad cristiana por la celebración dominical y por la Palabra. Hablamos de una presencia ‘misteriosa’ del Resucitado, misteriosa en el sentido que no tendría explicación empírica: «estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, cuando se presentó Jesús».
Tenemos aquí varios elementos de la celebración dominical cristiana: el primer día de la semana –domingo–, los discípulos se reúnen en un mismo lugar, cada semana –«A los ocho días, estaban otra vez los discípulos»; y allí se manifiesta el Señor Resucitado en medio de ellos para hacer presente el Reino: «¡Les traigo la paz!», y para llevarlos a participar de la realidad transformada por su victoria pascual: «Reciban el Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados».
Estas caracterizaciones de la presencia del Señor son el fundamento de los llamados ritos iniciales de la celebración de la misa. Durante siglos hemos venido insistiendo en la presencia de Cristo por ‘las palabras de la consagración’, esta insistencia nos ha llevado hasta casi reducir la manifestación de Cristo únicamente a partir de ese momento, ello ha restado importancia a otras manifestaciones de la presencia ‘real’ de Cristo en la celebración.
Por medio de los ritos que hay desde el inicio hasta que nos sentamos para escuchar la primera lectura, la liturgia de la misa nos lleva a acoger la presencia del Señor Jesús en medio de la comunidad reunida. El Misal, por ejemplo, dice a propósito del saludo del presidente al inicio de la celebración: «Con este saludo y con la respuesta del pueblo se manifiesta el misterio de la Iglesia congregada». Debemos ser conscientes de esta presencia que dura mientras está congregada la
asamblea eucarística, de ahí también la significación de las palabras del diácono al final de la celebración para disolver la asamblea, «Pueden ir en paz».
Pero también el evangelio de este domingo nos impulsa a valorar la presencia de Cristo en la Escritura. El reparo de Tomás –«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos…»– sirve para hacer el paso de la comunidad de ‘testigos oculares’ hacia la comunidad de los que «creen sin haber visto».
En la conclusión del evangelio el narrador llama la atención sobre la intencionalidad de su escrito, para los que no tuvieren la posibilidad de un encuentro sensorial (visual, auditivo) con el Señor: «Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de sus discípulos. Estos están escritos para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre».
Fuente Disminuir
Fuente