“El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”

Es el final del así llamado discurso apostólico o misionero.
Jesús no lo ocultó nunca a sus discípulos, y no lo oculta a sus seguidores, a los que son dignos de Él. Se los dijo a ellos: Yo soy signo de contradicción, soy causa de discordia y división. Tendréis que llevar vuestra cruz, entonces os pareceréis más a Mí, seréis dignos seguidores míos. Si seguís mis pasos, tendréis que aceptar la crucifixión.
Y continuó diciéndoles: el Reino de Dios está por encima de la familia. Lo decisivo no es la familia, no es el vínculo familiar, sino esa gran familia que debemos construir entre todos bajo el reinado del Padre de todos. Seguir a Jesús comporta, siempre y en todo lugar, desprendimientos, renuncias; conlleva tomar decisiones no siempre fáciles.
En una palabra, Jesús es exigente. No les propone planes de vacaciones. Tienen que seguirlo y anunciarlo, pero cargando con la cruz. La fidelidad a Jesús no asegura privilegios ni favores.
El cristianismo no es la religión del bienestar y de la vida tranquila, no es una vacuna contra el dolor de espalda y el sufrimiento. No lo es para el cristiano que vive su fe, mucho menos para el sacerdote que vive el Evangelio y lo anuncia a los hermanos.
Solo así podemos vivir la fe en Jesús como una experiencia de salvación. Las palabras de Jesús nos pueden parecer duras, pero nos ponen ante la verdad de nuestra fe en Dios: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por Mí la encontrará”. Estas palabras de Jesús no las podemos ignorar, no las podemos borrar del Evangelio; las tenemos que vivir y predicar.
El Evangelio no es un diccionario de frase bonitas: es la guía para una relación personal y comunitaria con Jesús, el Hijo de Dios. Vivir en Jesús, vivir como Él vivió hecho hombre.
El cristianismo, la vida en la tierra, la gloria del cielo, sin cruz, son nada.
Él es la verdad, es la vida; es gozo, es esperanza, pero es también signo de contradicción. De aquí su insistencia en el “no temas”, el “sed valientes” en la predicación del Evangelio, en el testimonio de vida, en la celebración y en la defensa de la fe, en tomar la cruz y seguir a Jesús.
Hermanos: no tengamos miedo. Hoy, más que antes, seamos valientes.
*Padre Carlos Marín G.
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