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Monseñor Hernán Jiménez, historia viva de la Arquidiócesis

23 de abril de 2019
Monseñor Hernán Jiménez, historia viva de la Arquidiócesis

Monseñor Hernán Jiménez Arango vive rodeado de libros, sabiduría y paz. El Catolicismo lo visitó en su apartamento de la Casa San Damián, en la parroquia de Santa Clara…

Monseñor Hernán nació en Berlín, Alemania, en 1926, cuando su padre era embajador; muy niño volvió a Bogotá y estudió con “las hermanas de la Caridad, vivíamos muy cerca” y, luego con los hermanos de La Salle hasta que entró al seminario. Fue ordenado por monseñor Emilio de Brigard en 1949. Entonces, apenas a los 23 años, fue a estudiar Derecho en Roma, en la Universidad de Letrán.

Volvió en 1953 para trabajar en el Tribunal, como capellán en el Asilo de Locas y miembro de la dirección de El Catolicismo, el cual era dirigido por “el padre Revollo, que después fue cardenal, trabajamos hasta el año 66. En ese momento hubo una cierta crisis en la Arquidiócesis –era arzobispo el cardenal Luis Concha- que nos pidió a Mario Revollo y a mí, que nos retiráramos… creo que el periódico continuó unos años, luego en el 70 me volvieron a llamar para el periódico”.

En 1959 fue nombrado párroco en Santa Helena, al sur de la ciudad. Participó de la experiencia parroquial de asistencia social y pastoral conocida como la Unión Parroquial del Sur. Gobernaba la Junta Militar, la población del sur de Bogotá pasaba grandes necesidades y hambre. Los párrocos que prestaban sus servicios pastorales desde San Cristóbal hasta el barrio Ricaurte, que eran dieciocho parroquias, resolvieron reunirse y trabajar en común, primero para resolver la situación social de esas personas; “por ese tiempo había unas ayudas de Estados Unidos que consistían en harina de trigo y leche en polvo, se consiguió un convenio con el Ejército para que la harina que recibían las parroquias la beneficiaran e hicieran pan. En cada parroquia se había establecido un local para entregar pan y leche a las familias”. La mayoría lo recibía gratis. El éxito permitió que los párrocos se asociaran para pasar de lo asistencial a lo pastoral.

Durante años las parroquias del sur trabajaron de forma muy unida, tenían incluso una oficina y comisiones. Fue una experiencia notable, tanto que, venían obispos de otros países que habían oído de esta experiencia y querían conocerla.

En 1964 fue nombrado como capellán en la Universidad Nacional, época por demás efervescente, reemplazó al padre Camilo Torres. Su labor fue bien recompensada, uno de sus pupilos fue Luis Madrid Merlano, hoy arzobispo emérito de Nueva Pamplona.

Siendo un gran observador y crítico del acontecer eclesial en Bogotá, hoy día ve la arquidiócesis “en manos de un gran Arzobispo”.

 

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