La Arquidiócesis de Bogotá acoge a tres servidores del Evangelio, las comunidades y la caridad

En una mañana colmada de emociones y de esperanza, este sábado 6 de diciembre, la Basílica Metropolitana — Catedral Primada de Colombia acogió una celebración que fue signo de la acción del Espíritu Santo, que sigue suscitando ministros en la Iglesia para el servicio del pueblo de Dios.


Por imposición de manos y oración consecratoria del cardenal Luis José Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá, recibieron el Sagrado Orden del Diaconado: César Augusto Báez Hilarión, Miguel Ricardo Gómez Hidalgo y Carlos Andrés Upegui Cruz: hombres de familia que asumieron con generosidad el servicio al Evangelio, a las comunidades y a la caridad.
La solemne eucaristía, concelebrada por los obispos auxiliares Edwin Vanegas, Alejandro Díaz y Germán Barbosa, fue acompañada por las esposas e hijos de estos ministros; por comunidades parroquiales; amigos; formadores de la Escuela Diaconal Arquidiocesana y de la Formación Permanente; sacerdotes; religiosas; miembros del Consejo Episcopal; y diáconos activos que los acogieron en espíritu de fraternidad y unidad, disponiéndose a caminar juntos en la misión.
Tres claves para vivir el ministerio:



Evangelizar persona a persona
Implica, explicó el cardenal Luis José, la tarea de acercarse al otro, especialmente a quienes viven en las periferias —geográficas y existenciales—, allí donde no hay multitudes, pero sí heridas, soledades y esperanzas. Ante este llamado, el arzobispo invitó a los nuevos diáconos a asumir sin temor los caminos solitarios, siguiendo el ejemplo de Felipe en Hechos de los Apóstoles, y a dejarse enviar para anunciar la Buena Noticia con cercanía y confianza.
Caminar juntos con la Palabra
En un segundo momento les invitó a «caminar juntos con la Palabra». Inspirado en el relato de Emaús, recordó que la Escritura no solo se proclama: se vive, se comparte, se camina. Animó a los diáconos a dejar que la Palabra acompañe su historia, su familia, su trabajo y su servicio; y que, al mismo tiempo, ellos acompañen la vida concreta de las personas con la luz de la Escritura.
Mantener siempre la lámpara encendida
El tercer acento fue el de la vigilancia espiritual: «tener la lámpara encendida». Significa —dijo— mantener vivo el ardor misionero, la vida de oración, el discernimiento cotidiano y el amor a la familia, primera iglesia doméstica. Advirtió sobre las distracciones que apagan el entusiasmo y llamó a custodiar la fe en el hogar, para que desde allí cada misión brote con claridad y gratitud.

“La ordenación se convierte en un envío misionero, en un levántate, ponte en camino…”
Afirmó el cardenal, primado de Colombia, recordando que el ministerio diaconal nace para servir. Con esas palabras, la celebración no cerró un ciclo, sino que abrió una misión: entregar a la Iglesia arquidiocesana tres hombres dispuestos a acompañar el caminar pastoral de Bogotá desde su identidad de esposos, padres y servidores.
La alegría compartida de un pueblo que ora
Las escenas posteriores al rito lo expresaron claramente la comunión en el servicio: abrazos emocionados, la mirada serena de las esposas, los hijos orgullosos, las felicitaciones de las comunidades y los gestos fraternos de los formadores y diáconos en servicio. Para las parroquias que recibirán a César Augusto, Miguel Ricardo y Carlos Andrés, la ordenación fue un regalo que fortalece la vida comunitaria y renueva la esperanza.
Una Iglesia que se fortalece en la misión
La celebración reafirmó la apuesta de la Arquidiócesis de Bogotá por una pastoral misionera, encarnada y sostenida en la formación permanente de sus ministros. La presencia del Consejo Episcopal, de sacerdotes y de la vida consagrada destacó la unidad y la corresponsabilidad que sostienen el servicio en esta Iglesia local.
Con María, lámpara siempre encendida
Al concluir, el cardenal encomendó a los nuevos diáconos a la protección de la Virgen María: ella, que supo evangelizar persona a persona, caminar con la Palabra y vivir con la lámpara encendida.
Hoy, con tres nuevas lámparas brillando en la ciudad, la Iglesia de Bogotá celebra el don de estos ministros que, desde su vida cotidiana y sus familias, harán visible la ternura de Cristo. Una alegría profunda, comunitaria e institucional, que recuerda que la misión siempre continúa.

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