Obispos de la provincia eclesiástica de Bogotá se encuentran en espíritu de gratitud y fraternidad

En la capilla del Palacio Arzobispal, este 3 de diciembre, 20 obispos activos y eméritos de la provincia eclesiástica, acompañados por sus familiares y cuidadores, se reunieron en una jornada de fraternidad y gratitud por su vida y ministerio, y por quienes los han acompañado en su caminar sacerdotal y episcopal.

La eucaristía, presidida por el cardenal Luis José Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá y primado de Colombia, abrió este espacio anual de fraternidad. A su lado, los obispos auxiliares —monseñor Edwin Vanegas, monseñor Alejandro Díaz y monseñor Germán Barbosa— elevaron, junto a todos, una oración por el testimonio de estos pastores que han acompañado los territorios de Bogotá, Engativá, Facatativá, Fontibón, Girardot, Soacha, Zipaquirá; también, por el obispado castrense de Colombia y por el Exarcado Apostólico para los fieles de Rito Maronita, que conforman esta provincia eclesiástica.
En este encuentro de memoria agradecida, se oró de manera especial por los obispos mayores que hoy atraviesan enfermedades, por quienes ya partieron a la casa del Padre, y por quienes en esta etapa de la vida los acompañan con paciencia y ternura.

El cardenal Rueda lo expresó con la claridad del corazón: “Gracias a las familias que están a nuestro lado, que nos hacen sentir que no estamos solos. La fraternidad tiene valor en cada etapa de la vida”.
También se elevó una oración de acción de gracias por los 20 años de ministerio sacerdotal del padre Hernán Javier Hernández Ruiz, canciller de la Arquidiócesis, quien fue reconocido con gratitud y afecto.
Tres luces para el camino: compasión, humildad y ardor misionero
En su homilía, el cardenal Rueda desarrolló tres puntos de reflexión, a partir de la lectura y Evangelio del día. También se refirió al testimonio de entrega y servicio de San Francisco Javier:
A los pies de Jesús está el dolor del mundo:
Retomando el Evangelio de Mateo, recordó que las enfermedades —físicas, mentales, espirituales— encuentran en Jesús un espacio de consuelo y cercanía. Allí, sostuvo, los obispos colocan cada día los sufrimientos propios y los de los demás, especialmente durante la Eucaristía. Y allí también se hace visible la presencia silenciosa de cuidadores, médicos y familias que sostienen con amor y ciencia el paso del tiempo.
La vida como una pequeña canasta de panes y peces:
Somos frágiles, dijo, como esa ofrenda sencilla que parece insuficiente, pero que en las manos de Dios se multiplica en abundancia. Así ha sido el ministerio de tantos pastores: humilde, cotidiano, sostenido en la gracia que convierte lo pequeño en alimento para muchos. “Somos esa canasta que el Señor llena con su amor para compartir con el mundo”, afirmó.
El ardor misionero de San Francisco Javier:
El cardenal evocó al gran misionero jesuita, que soñaba con ir incluso a las universidades de París para gritar que el mundo necesita evangelizadores. Ese ardor, dijo, es necesario hoy: anunciar a Cristo no sólo con palabras, sino con la coherencia de la vida, incluso desde la enfermedad, la vejez o los límites que impone el cuerpo. “En ese pequeño metro cuadrado donde vivimos, también podemos ser misioneros”, invitó.

Fraternidad que sostiene la misión
Tras la Eucaristía llegó el momento del compartir: saludos cercanos, detalles entregados a familiares y cuidadores, un almuerzo sencillo que se llenó de anécdotas, sonrisas y memoria viva. Los obispos mayores recibieron muestras de gratitud por su fecunda entrega; los más jóvenes escucharon con respeto la sabiduría de quienes “prepararon el camino”.


El encuentro concluyó entre palabras de ánimo, bendiciones y la certeza de que la misión continúa, adaptada a cada etapa de la vida, sostenida por la fraternidad y por la respuesta generosa que un día ofrecieron al Señor.
Tras este encuentro quedó resonando una convicción compartida: la Iglesia camina con sus pastores, y sus pastores caminan unidos, sosteniéndose unos a otros en la fe, la esperanza y la caridad. Porque incluso cuando las fuerzas disminuyen, la vida entregada sigue dando fruto y alimentando la fe del pueblo de Dios.
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