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#217016

Exequias del padre Claudio Peña

1 de julio de 2018
Exequias del padre Claudio Peña

El padre Claudio Peña Romero falleció siendo párroco en Espíritu Santo, parroquia que atendió pastoralmente sin descanso, a pesar de su limitada salud

Gracias por tu magia

 

Claudio nació en Pamplona, en una familia tradicional y trabajadora, que emigró a Bogotá, ciudad igual de fría y difícil a su tierra natal.

Siempre fue un apasionado del arte y de las comunicaciones, al principio quiso ser militar y estuvo en la Escuela José María Córdova, período que evocaba con cariño, pero que abandonó para entrar a su “primera época” en el Seminario Mayor.

Las comunicaciones seguían rondando por su cabeza y salió a estudiar locución y producción de radio y televisión. Escudriñó los secretos del cine en Focine; pero la vocación al servicio se hizo más explícita y urgente y volvió al Seminario, a su “segunda época”. Recibió la ordenación presbiteral el 26 de noviembre de 1994, por la imposición de manos de monseñor Enrique Sarmiento Angulo.

Dos años después viajó a Brasil para estudiar Pastoral de la Comunicación en la universidad jesuita do Vale do Rio dos Sinos– UNISINOS-, de la ciudad de San Leopoldo.

Hombre de profunda espiritualidad, siendo editor del periódico arquidiocesano El Catolicismo, escribió, en 2011, una serie sobre la oración.

Su búsqueda por llegar a todas las comunidades lo lleva a estudiar magia. Sí, Claudio era mago. Uno se podía partir de la risa al verlo con su frac y chistera, posesionadísimo de su papel cuando le salían los trucos, pero oírle las muy graciosas y cantinflescas retahílas cuando no, era cosa de alquilar balcón. Claudio era un personaje que desbordaba felicidad, espiritualidad y buen humor, se burlaba de lo acartonado y prejuicioso, en su inmenso corazón cabíamos todos.

Fue un excelente miembro de familia, en las fotos de su Facebook, por ejemplo, siempre estaba rodeado de sus amores cercanos: hermanos, sobrinos, Beatriz la mamá… y, por su puesto, su gato.

Luchador magnífico le plantó cara a su enfermedad- ¡si le hubieran hecho un diagnóstico a tiempo y certero le habría ganado la partida!- y la mantuvo en pelea permanente por casi ocho años.

Con seguridad ahora estará charlando feliz con san Juan Bosco, el patrón de los magos, y con el beato Santiago Alberioni, tratando de entender al fin, qué hacer para llevar el Evangelio a través de los medios de comunicación.

 

Claudio en las voces de los padres Rubén Darío Hernández y Jorge Alejando Cifuentes, quienes lo recuerdan para El Catolicismo:

 

Homilía del Señor Cardenal en sus exequias:

 

La magia de la alegría

Hoy fue la despedida de un hermano y amigo, que como cualquier despedida hace doler el alma, deja un sinsabor y hasta de pronto, un cargo de conciencia por lo que pudo haber sido y no fue. Pero siento que, cuando se tienen recuerdos agradables de la persona que se va, se puede mitigar un poco la tristeza y devolver la esperanza.

 

Hoy en la misa de las exequias de Claudio, un coro casi que angelical, interpretó en el momento de la comunión la canción que dice: “yo le resucitaré, yo le resucitaré, yo le resucitaré en el día final”, y después de recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor, volviendo a mi puesto, cerré mis ojos, afiné mis oídos y mi corazón se llenó, como lo dijo el Arzobispo en su predicación, de esperanza y gratitud, pues me imaginé a Claudio pleno de su cosecha abundante, llenas sus manos de lo que sembró y mandándonos desde el cielo la semilla que Dios le confió y que él cuidadosamente conservó: la alegría.

 

Define el diccionario la magia como “El arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales”. Para mí esa fue la principal característica de este amigo y mago, que contrario a la propuesta del mundo, se valió de lo más sencillo de la vida para transformar la tristeza, el dolor y la angustia con su sonrisa.

 

La magia de alegrar fue su arte.Nunca oculto, siempre presente.Sus actos y palabras dejaron una huella en el corazón de los que hicimos parte de su vida, de los que fuimos encomendados a su cuidado, de los que hoy sentimos una ausencia grande en este mundo, pero de los que confiamos será un eterno intercesor. Si esta fue la magia de Claudio, la nuestra ¿cuál será?

 

JULIO CÉSAR MONTILLA RIVEROS. Pbro.

 

 

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