'Estamos ante una crisis, nos acostumbramos a los homicidios'
“Hay causas por las que vale la pena morir, pero ninguna por la que vale la pena matar”, escribió el intelectual y filósofo francés Albert Camus.
Resulta necesario invocar su frase para abordar el tema de la aparente frialdad con la que el país recibe diariamente noticias sobre asesinatos en muchos lugares de la nación. Monseñor Luis José Rueda, arzobispo de Bogotá y primado de Colombia, comenta que esta Semana Santa debería ser útil para reflexionar sobre el “mayor pecado de nuestra sociedad: la indiferencia y la apatía ante tanto dolor y sufrimiento”. Monseñor Rueda opina que “somos una sociedad enferma” y clama por una urgente implementación de los acuerdos de paz.
“La Semana Santa —dice— nos permite fijar nuestros ojos en la pasión, muerte y resurrección del Señor, es ante todo un tiempo de oración y reflexión, tiempo de liberación del mal, tiempo para romper la indiferencia ante el dolor de tantos hermanos que sufren, tiempo para liberarnos de muchas esclavitudes que nos oprimen y que oprimen a nuestros hermanos por la miseria, el desempleo, el abandono, la falta de oportunidades, tiempo para recuperar la vista y salir de una ceguera que nos ha radicalizado y dividido”.
En su opinión, ¿cuál es el mayor pecado que comete hoy el país?
Convivir con la corrupción, la injusticia y la violencia e, incluso, justificarlas y naturalizarlas. Después de compartir y escuchar con atención a las comunidades en diferentes lugares, puedo decir que el mayor pecado de omisión en nuestra sociedad es ciertamente la indiferencia y la apatía ante tanto dolor y sufrimiento que hay en tantos sectores.
¿Por qué lo dice usted? ¿Qué escucha de nuestra comunidad?
He tenido la oportunidad de estar en constante contacto con los sectores más empobrecidos de Bogotá y Soacha, he visitado los barrios más alejados donde viven poblaciones en condiciones de pobreza extrema y he estado en contacto con las realidades dramáticas de carencias de todo orden; muy poco se habla de esa Bogotá profunda, con sus propios sufrimientos y carencias. Y también escucho el clamor de los obispos de zonas en las que reinan el miedo y la desesperanza, regiones abandonadas en manos de grupos que ejercen todo tipo de violencia contra las poblaciones y que les impiden realizar su vida en forma segura y libre. Nos hemos habituado a vivir de espaldas a estas realidades.
En Colombia tenemos experiencias muy conmovedoras de perdón. Pero es paradójico porque también vemos una sociedad que estigmatiza de manera muy cruel a los que no piensan igual.¿Esa debería ser una de las razones que llama al arrepentimiento?
Nos tenemos que arrepentir de no haber escuchado con detenimiento el llamado, el mensaje que Dios nos ha dado para reconciliarnos como nación. Arrepentirnos para tener un corazón más abierto a la vida, al respeto por la dignidad humana, más sensible ante el dolor del migrante, el desplazado, la víctima, el desempleado, el que vive en pobreza extrema. El arrepentimiento nos lleva a algo que la sociedad colombiana no ha aceptado completamente, el camino del perdón.
¿No perdonamos?
Hay muchos odios y resentimientos que no han sanado, hay heridas profundas sin curarse. Todo ello nos hace pensar en la necesidad de emprender con valentía el camino del perdón en una sociedad profundamente dividida por la enemistad.
¿Esa falta de perdón es la que nos conduce a tanta violencia?
En Colombia tenemos experiencias muy conmovedoras de perdón. Pero es paradójico porque también vemos una sociedad que estigmatiza de manera muy cruel a los que no piensan igual o a los que se consideran como enemigos. No hemos dejado atrás la teoría del ‘enemigo interno’ y ello nos ha impedido dialogar y reconocernos. Somos una sociedad enferma por traumas que no hemos logrado superar y violencias que se reconfiguran permanentemente.
Pero le insisto: ¿qué es lo que origina tanta violencia y tanto asesinato en el país?
Desde el origen de la humanidad se ha tenido la tentación de matar al hermano, la historia de Caín y Abel se ha perpetuado a lo largo de siglos bajo diferentes expresiones. El pueblo colombiano ha vivido una larga historia de violencias y falta de respeto a la vida humana por múltiples circunstancias históricas. Es una forma de vivir en la que el valor central de la vida es desplazado por la ganancia fácil, por la sed de venganza, por las ideologías que absolutizan intereses individuales y no tienen en perspectiva el bien común y la justicia.
¿Por qué el proceso de paz, si bien alivió enormemente la situación de guerra, no ha logrado restablecer plenamente la convivencia pacífica?
Ciertamente ha habido avances relacionados con los logros de corto plazo del proceso de paz. El Instituto Kroc nos ha mostrado esos avances y los valoramos ciertamente. Pero el proceso de paz es de largo aliento, incluso se proyectó en la firma del acuerdo para poner fin al conflicto un período de implementación de al menos 15 años.
Pero hay tropiezos con grupos que siguen en el camino de las armas…
Tenemos que esforzarnos en una visión integral del acuerdo de paz porque su implementación puede ser la respuesta para situaciones muy urgentes que se viven en las poblaciones relacionadas con crisis humanitarias y recomposición de grupos armados. Lo que estamos viviendo con el incremento del desplazamiento forzado, asesinatos de líderes sociales, inestabilidad en territorios duramente golpeados por el conflicto nos hace ver la urgencia de una implementación integral del acuerdo.
El Estado no tuvo la capacidad de copar socialmente los territorios que fueron dominados por la guerrilla y hoy vivimos las consecuencias de ese vacío de presencia social del Estado.¿Y a qué adjudica ese recrudecimiento de la violencia que el país está viviendo en varias regiones?
La fase posterior a la firma de acuerdos de fin de conflictos armados suele ser difícil y con muchos desafíos. Vivimos tiempos de recomposición de grupos armados y sobre todo de luchas por controles territoriales. Debo reconocer que el Estado no tuvo la capacidad de copar socialmente los territorios que fueron dominados por la guerrilla y hoy vivimos las consecuencias de ese vacío de presencia social del Estado. Estamos ante una profunda crisis en la que nos acostumbramos a los homicidios.
Este es un panorama muy preocupante, pero todavía se puede hacer mucho para asegurar la integración de regiones y sectores sociales que han padecido la guerra. Hoy se requiere una alianza por la educación que forme mejores seres humanos, mejores ciudadanos, mejores cristianos, que todos nos comprometamos a ser miembros de una sociedad incluyente, no violenta, capaz de perdón y de resolución de conflictos por medio de la razón y el respeto.
También hay violencia contra los niños, sometidos a abusos sexuales…
Cuando leo las noticias sobre las denuncias que hay, realmente estamos ante una verdadera plaga que afecta gravemente a nuestra sociedad. Esa expresión define claramente lo que estamos viviendo. El papa Francisco igualmente ha calificado como “crimen vil” este drama. Y ello conlleva el más profundo rechazo y nos exige tomar todas las medidas del caso para prevenirlo y para que se adopten los mecanismos de protección urgentes que reclama tan grave situación.
También hay denuncias contra sacerdotes acusados de pederastia…
La Conferencia Episcopal está trabajando de manera ardua en ese campo: en cada diócesis se han establecido los mecanismos cada vez más idóneos para llevar a cabo estas tareas y aliviar las heridas que deja este grave delito.
Estamos en plena campaña electoral. ¿Si piden su consejo, usted que diría?
Cada ciudadano debe participar en la democracia en sus distintas expresiones, particularmente en el ejercicio del voto. El voto debe ser libre, informado, responsable, ejercido en función del bien común. Libre de presiones, amenazas, informado en cuanto debemos conocer al máximo las propuestas de los diferentes sectores políticos. Mi consejo final será ejercer nuestro derecho rechazando la violencia que se extiende por falsas noticias, por manipulación de redes sociales y sobre todo por la estigmatización de quien piensa diferente.
¿Qué pecado público cree usted que pueden estar cometiendo los candidatos?
No me toca señalar pecados públicos de nadie, pero sí debo advertir que puede ser un pecado grave de omisión no hacer nada para evitar que sus seguidores caigan en la tentación de la violencia verbal, mediática, digital y hasta física contra otros movimientos o partidos políticos. Es un pecado grave porque los líderes políticos deben hacer todo lo que esté a su alcance para convencer a sus seguidores de desistir de toda forma de violencia y de agresiones. Muchas veces olvidan la discusión sobre los desafíos del país para centrarse en señalamientos recíprocos, esto se convierte en un ejercicio errado que induce al odio y a la violencia.
¿Cree usted que estamos repitiendo el error histórico de que los candidatos prometan acciones imposibles de realizar?
Los candidatos saben de la seriedad del momento que vivimos. No voy a descalificar sus propuestas y confío en que actúan movidos por un análisis serio y en conciencia de lo que exige el bien común y la defensa de la vida. No partamos del hecho de que nos están ofreciendo lo irrealizable, entremos en un espacio de sana discusión con argumentos. Me hago la pregunta de si se han sopesado los recursos y las voluntades para lograrlo. A los candidatos les hemos insistido: el diálogo social es el camino que hará que ellos escuchen e incorporen las necesidades de las comunidades y de esa manera hagan creíble sus propuestas.
Espero un presidente comprometido con la superación de las aberrantes situaciones de pobreza extrema de las regiones más olvidadas y alejadas.Sobre las situaciones de violencia, de injusticia, de inequidad que registró el informe que la jerarquía eclesiástica colombiana le presentó al papa Francisco, ¿qué opinó el pontífice?
El papa Francisco está muy atento a lo que pasa en los distintos continentes, pero por ser un obispo que se ha formado en el ejercicio pastoral en América Latina, tiene con claridad en su conciencia los países de esta zona del mundo con sus gozos y esperanzas, con sus luchas y dolores. Mantiene la esperanza y la confianza de que el pueblo colombiano logrará construir e implementar un proceso de sociedad reconciliada, que nos permita a todos contribuir para que haya más justicia social, para que logremos encontrar caminos de libertad frente a la esclavitud del narcotráfico.
Después de escuchar al Papa y de hablar con él sobre el informe de la situación del país, ¿usted cómo ve el futuro de Colombia?
Tengo esperanza. Ciertamente vivimos una etapa de grandes definiciones y desafíos, pero también de surgimiento de nuevas ciudadanías desde los jóvenes y numerosos grupos sociales. Colombia tiene un gran desafío ambiental, un reto con la protección de la Amazonia y de sus bosques tropicales, ojalá entendamos el cuidado de la casa común. Para asegurar la sostenibilidad de nuestro país, nos tenemos que reconciliar, asegurar vida digna para todos sus habitantes. Debemos estar atentos a responder de forma solidaria y oportunamente al tema del hambre. Para que Colombia tenga futuro, debemos trabajar con constancia en favor de la promoción de la familia, ella es la escuela del más rico humanismo.
En su imaginario, ¿cómo debería ser el próximo presidente?
Solo Dios es perfecto. Jesús llamó a personas imperfectas para ser sus apóstoles. Espero un presidente comprometido con la superación de las aberrantes situaciones de pobreza extrema de las regiones más olvidadas y alejadas, un presidente que fortalezca todos los mecanismos que sean necesarios para responder a las urgencias de los jóvenes que no tienen oportunidades.
Un presidente con sabiduría y humildad, con liderazgo y capacidad de trabajo en equipo, con capacidad de escucha y de diálogo social, que no se deje esclavizar por la corrupción, honesto, un presidente que entienda la autoridad como servicio y que no olvide que es pasajero, que tenga la valentía para valorar los aciertos de quienes han gobernado antes, capaz de reconocer los errores propios para reorientarse, un líder al servicio de todos los ciudadanos más allá de las fronteras ideológicas, un artesano de la reconciliación. Sobre todo, un presidente con sentido de responsabilidad ética y moral ante la vida, ante la familia, ante la educación, ante la paz y ante el bien común.
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