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El hombre que quiso serlo todo

12 de octubre de 2023
El hombre que quiso serlo todo
Imagen:
lavanguardia.com
Recomendado literario.

Cuando Giovanni se preparaba para morir, tullido y ciego como estaba, quiso que el cura confesor lo llamara, no Giovanni, sino Fray Buenaventura. Y no es una excentricidad de artista: este fue el nombre que se puso él mismo cuando abrazó la orden franciscana. Recibió la extrema unción y se dejó ir al encuentro de Aquel que es la Vida. Pobre, pequeño, se coló por la parte estrecha por la que terminó cabiendo.

Así, en un párrafo apresurado, se puede resumir el talante de un hombre que fue un genio de las letras, que pasó por el ateísmo, que conoció la depresión ante la propia nada, que de niño sintió la sed de serlo todo. Este es Giovanni Papini, un escritor italiano hoy poco nombrado, casi desaparecido, cuya magia nos esforzamos por mantener entre nosotros.

Nació en Florencia, Italia, la tierra de su querido Dante, al que veneraba. Hijo de anticlericalista, tomó la violenta senda de la soledad (él mismo se sentía feo), rechazó la fe desde niño, tomó el camino de las letras, el arduo camino de los libros en el que cansó sus ojos hasta que no le sirvieron más.

Su juventud de hombre culto y cansado prematuro, lo llevaron por todas las sendas filosóficas y en todas se extravió. Siendo aún joven, demasiado derrotado para felicitarse, escribe un libro bastante honesto: Un hombre acabado, que lo ubicaría como uno más de entre ese mar de hombres que se extravían buscando la verdad. Era la declaración de un fracaso, cómo el mismo reconocía, una especie de biografía espiritual; de sus recorridos; de su alma, de aquellos filos que la marcaron.

Es conocido por un libro de cuentos, o mejor, una novela por episodios extraños: Gog; y más tarde, El Libro Negro, que dan cuenta profética de un hombre que se burlaba de lo contemporáneo y señalaba amenazante el mundo que vendría a dejarnos el positivismo, el pragmatismo gringo, el descreimiento.

En todo caso, un libro estupendo, de una lógica desafiante. Lleno, ya por entonces, y a punto de su conversión, de una intuición de la verdad en las cosas pequeñas y sencillas, como la niña que aparece al final del libro para cerrar su obra.

Después de declararse cristiano católico, de recibir las burlas de sus pares por haber militado en todas las creencias, en todos los partidos, de haber peregrinado en toda convicción, de cambiar constantemente de posición y de recibir nefastos vaticinios que pretendían desanimarlo, Papini, por fin encontró su casa, no la abandonó jamás.

Es de admirar, al menos para mí, que Papini tuviera una fe tan limpia (como para escribir Historia de Cristo), imperiosa (como para escribir las Cartas de Celestino VI) infatigable (como para escribir Juicio Universal), pero nunca fuera subversivo, como esos intelectuales que abrazan la fe como Sansón pretendía abrazar las columnas, con un espíritu de converso agitador.

No quiero decir con esto que nunca estuvo en entredicho algún comentario, alguna posición. Lo que quiero decir es que se consideraba un hijo de la Iglesia, y creía en el Dios que esta madre le mostraba, y no en las que sus luces, que ya dijimos eran bastas, le podían ofrecer.

Giovanni Papini, que fundó revistas, que fue crítico literario, miembro de la Academia Italiana, filósofo, que escribió novelas y poesía, que escribió una de las biografías más juiciosas sobre Miguel Ángel, que tanto aportó en la interpretación de la Divina Comedia, que se dio tanto a los hombres, a escucharlos y a guiarlos, moriría entre penumbras de ceguera.

Había entregado su inteligencia, su cuerpo, al estudio, a la escritura y a la lectura.  Entregó su alma rodeada de los suyos y nos dejó mucho que leer, mucho que entender.

Creo que es parte de una revolución pendiente resucitar a nuestros muertos, a aquellos que se lastimaron las manos para heredarnos chispas emanadas de la única luz, una deuda con la tradición y la cultura. 

Les propongo no olvidar a Papini. Regalemos sus versos, premiemos con sus libros. Se lo merece un hombre que sabía lo que su vida encerraba, lo que su inteligencia quería decir, aun sin lograrlo: “Hay un canto preso en mis venas como los celestiales adagios del argentado órgano…en mi corazón inmenso, que por días abarca el universo, a este canto, le cuesta quedarse dentro”.

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*Por: Pbro. Jesús Arroyave Restrepo, párroco en San Mario - capellán del colegio Adveniat.

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