Historias de vida
Homilía en las exequias del padre Gerardo Remolina
Apreciados amigos y amigas, estamos reunidos para celebrar juntos la Eucaristía, que con piedad y fidelidad celebró tantas veces el padre Gerardo Remolina y para, con un profundo cariño y gratitud, darle en familia nuestro último adiós de despedida.

El padre Gerardo, como un gran árbol, dio cobijo y sombrío a todo el que pasaba a su lado, con su escucha atenta y sus palabras sabias y esparció generosamente semillas de vida, gracias a su trabajo cuidadoso, arduo y consagrado como jesuita, sacerdote y hombre de Universidad. No retuvo nada para sí, su vida fue servicio y seguimiento del Señor Jesus, en quién puso su confianza y su esperanza.
Un hombre de fe, que confiaba profundamente en el Señor. Su discurso de posesión como rector de la Universidad terminaba con esta oración, dirigida al corazón de Cristo, aprendida de labios de su madre: Oh Señor, yo creo en ti, yo espero en ti, yo confío en ti, yo estoy seguro de ti.
Su paso por este mundo ha terminado, pero, en medio de la tristeza que sentimos, aquello que brota en el alma es un sentimiento de gratitud.
Hace un poco más de un año, cuando celebramos en comunidad los setenta años de su vida religiosa de jesuita, nos compartió unas palabras sobre la vocación: “la vocación es una historia de amor, quién es llamado está siempre en ‘modo vocación’, porque el amor no es estático sino dinámico. Es una historia que sigue…”. Desde la fe sabemos que esa historia de amor no termina aquí.
Como jesuita, Gerardo tuvo grandes responsabilidades que llevó a cabo con discernimiento, entrega y profundidad. Uno de sus grandes aportes fue acompañar muchos grupos de jóvenes jesuitas en la formación. Quienes tuvimos la fortuna de tenerlo como formador y profesor, recordamos su coherencia y rectitud, el deseo genuino de actuar con justicia, el esfuerzo por escuchar y entender, para que cada uno pudiera desplegar su espíritu y dar lo mejor de sí. Ello implica, por supuesto, exigencia y seriedad y rigor en lo que se hace.
Él también desarrolló su vocación de jesuita en el apostolado intelectual y universitario, sensible y comprometido con el país, en distintos espacios, entre ellos la Rectoría de la Universidad. En la Introducción al libro 'Memorias de una vigía', nos habla de su experiencia como rector: “Nueve años en la Rectoría de la Universidad Javeriana han sido una de las experiencias más bellas y apasionantes de mi vida (...). Fueron años verdaderamente apasionantes; ellos me permitieron conocer y compartir con gente extraordinaria – maravillosa – (...). Fueron años que enriquecieron no solo mi intelecto, sino también mi corazón y mi sensibilidad”. (p. 15) Para la Universidad fue también un regalo maravilloso contar con Gerardo como el Rector que acompañó el camino al abrir el nuevo milenio.
Su sabiduría y talento humano y espiritual se pusieron de manifiesto en la entereza y serenidad con la que afrontó la fragilidad de su salud y la llegada de la muerte. Como decimos entre los jesuitas, “edificante”. En la homilía que escribió para despedir a su amigo Jorge Hoyos, trajo a colación un poema del Poeta santandereano Rafael Ortiz, que quiero compartir con ustedes:
Ruego a mi muerte
Que sea mi muerte humana y presentida
un acto puro y una acción honrada,
una expresión tranquila y reposada
luego de esta batalla embravecida.
Quisiera que esta última jornada
pueda finar sin llanto y sin herida,
cual corresponde a un alma trascendida
que va rumbo a su última morada.
Después un gran silencio. Sonreída
quede la boca, quieta la mirada
cual la luz de una nave sumergida.
Que sea mi muerte lámpara encendida
una fe en Dios, un reto hacia la nada
y el acto más sencillo de mi vida.
Gerardo murió como vivió: fiel, profundo, maestro. Se ha dormido en su Señor. Nosotros damos gracias por su vida y encomendamos su alma a la misericordia del Señor de la vida.
Los hombres sabios, los que guiaron a muchos por el camino recto, brillarán como la bóveda celeste. ¡Brillarán para siempre como las estrellas! Dice el Profeta Daniel (Dn. 12,3).
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