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Historias de vida

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Germán, la liturgia de una vida entregada

18 de diciembre de 2024
Manzana Jesuítica de Bogotá.

Por: Padre José Rafael Garrido Rodríguez, SJ / Boston College / School of Theology and Ministry 

Hay personas que dejan huellas indelebles, que ven donde otros no ven, como Germán. Quiero dar testimonio de la bendición que fue para mí su amistad, así como el tiempo que compartimos. 

 

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Si lo puedo definir en pocas palabras, diría que Germán fue un hombre de una sensibilidad fina con un corazón para todos. 

Ese espíritu estaba siempre, cada vez que preparaba coplas para un cumpleaños, agarrando su acordeón y sacándole notas alegres. Y es que vivir con Germán era saber que nadie estaría por fuera de un agasajo; incluso nuestras colaboradoras y familiares. En su prosa, donde todos eran bienvenidos, los defectos humanos se disipaban y las cualidades brillaban, porque donde estaba él estaba el cariño y el cuidado del otro.

Germán vivía la liturgia como el encuentro con Cristo y eso era algo que sentí, sin ponerle palabras cuando de niño vi a Germán por primera vez en alguna de sus misas televisadas que presidió de 1981 a 2001. No sospeché que varias décadas después estaría con él yendo muy temprano para conseguir flores para la iglesia. Iban a ser las ordenaciones. Allá en la plaza de Paloquemao, al despuntar el alba, Germán saludaba con cariño como si los vendedores fueran sus hijos, y éstos lo conocían. Para él no se trataba de elegir las flores más hermosas sino de iniciar su preparación para la misa en comunión con las personas sencillas que hacían parte de su día. Esto podía parecer accesorio en medio de todas sus ocupaciones. Sin embargo, este gesto era tan significativo como las horas nocturnas en la Iglesia San Ignacio, testimonio del trabajo de Germán como prefecto del templo, ya sea organizando las obras de Páramo o confeccionando un bello pesebre para la Navidad.

Con Germán compartí muchas experiencias. Desde mis tiempos de estudiante, él no sólo era un maestro de latín sino un amigo con quien podía hablar de casi cualquier cosa. Con el tiempo comprendí que su finura humana era expresión de su espíritu. Era un hombre que no deseaba dejar pasar ningún detalle, tal como hacía con los mosaicos que construía con finas piedrecitas, escogiendo los colores, sabiendo que lo esencial estaba en los más pequeños matices. “Si le pongo este punto blanco ya ves que la imagen recobra vida,” me decía, mientras afinaba los ojos de san Ignacio en una de sus obras. También en la música Germán cuidaba los detalles. Varias veces tuve el honor de acompañarlo al órgano. “Cambia esa nota por esta y ves que el acorde es más sugerente,” me decía, y tanto como la mirada de san Ignacio, mi música recobraba vida.

 

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Conversar con Germán era saber que todos los sentimientos eran bienvenidos, saber que la alegría, la música y las historias de antaño podían darse cita. Tuve el gusto de hablar con él en muchos contextos, incluso en los viajes de la sociedad de liturgia en donde su aporte era siempre bien recibido. Allí conocí su cariño por la Compañía, su amor por los amigos expresado en las coplas y en los cantos de Briceño que él se negaba a olvidar y que se encargó de sistematizar en 2009. 

También, su sensibilidad profunda, sus sufrimientos y las cruces propias de aquel que siente la vida con intensidad más allá de lo predecible, pero que logra transformar sus lágrimas en vitrales, canciones y espacios litúrgicos que hoy, en vez de llorar, cantan agradecidos por el hombre que los habitó y que con sencillez quiso encontrar en ellos a Cristo.

Gracias Germán, por tu finura y tu entereza. ¡Gracias por inspirarnos un amor profundo que no deja de lado ningún detalle y por mostrarnos que el encuentro con Cristo es de todos los colores, y se gesta tejiendo desde lo invisible! Gracias porque, en medio de las dificultades de la vida, supiste integrar el dolor y la alegría en un solo canto. 

Ve a disfrutar de esa liturgia celestial en donde ya no tienes que preparar nada, donde el anfitrión con un banquete te recibe y te abraza. Y que sigas siendo, como fuiste en medio de la vida, con estas palabras de Rodolfo de Roux que tanto te gustaban:

Ser fiel estrella en alta noche y amanecer resentido, rescoldo que nunca apagan ni las cenizas ni el frío. 

Ser como la tarde, maduro para el adiós y el olvido, como las nubes, como el viento peregrino.

Ser hombre, tiempo impetuoso de llanto y gozo crecido, y mar abierto en el cuenco de un corazón.

Ser amor como Dios mismo, y por eso ser silencio, palabra, puente, sentido. 

Unir la tierra y el cielo con un beso, con un grito.

Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
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