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Violencia inaceptable

18 de agosto de 2020
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Noticiero 90 minutos
Debe el Estado profundizar sus tareas para atacar de raíz la causa de todas las violencias: pobreza, marginación, analfabetismos, aislamiento, falta de oportunidades

Como una cadena que parece no poder romperse, la violencia sigue estando presente en demasiadas regiones del país y afectando todavía muchas personas y comunidades. Por esa razón, el arzobispo de Bogotá, monseñor Rueda Aparicio, ha levantado la voz en favor de la paz y la reconciliación. Y lo hizo hace poco el arzobispo de Cali, quien no duda en calificar de genocidio, la matanza sistemática e imparable de toda clase de personas a lo largo y ancho de Colombia. Es imposible cerrar los ojos y callar ante esta realidad que ha vuelto a llenar la nación de sangre derramada, de miedo, de inquietud social. Y en días recientes la violencia ha arreciado contra jóvenes en Cali y en Nariño. Nadie parece estar a salvo de este fenómeno que carcome a Colombia desde hace tanto tiempo.

La Iglesia a través de sus pastores llama y seguirá llamando hasta el cansancio a los violentos a que abandonen sus procedimientos destructivos, a que dejen las armas, a que se reincorporen a la sociedad que construye su propio destino dentro del marco de la ley y la Constitución. Repetirá la Iglesia una y otra vez que todas las personas están llamadas a la conversión y al cambio. Dirá, absolutamente convencida, que la violencia engendra más violencia y eso está demostrado una y mil veces. E insistirá en que toda violencia es un acto de injusticia que ofende a Dios y a la dignidad humana. Y será más enfática la voz de los pastores cuando las principales víctimas suelen ser los más pobres, las comunidades más débiles, los que nada tienen. Todos los grupos ilegales armados y todo delincuente merecen ser rechazados en sus procedimientos por ser brutales y violatorios de los más elementales derechos humanos y sociales de cada colombiano.

Y cabe también un llamado de atención al Estado colombiano para que sea más eficiente a la hora de enfrentar a los violentos y a todos los criminales. No pueden el Estado y sus dignatarios andar distraídos en mil discusiones inútiles y polarizantes mientras la sociedad debe afrontar a unos verdaderos monstruos de la violencia. Y debe también el Estado profundizar sus tareas para atacar de raíz la causa de todas las violencias: pobreza, marginación, analfabetismos, aislamiento, falta de oportunidades. Y tampoco debe admitirse dentro del Estado que algunos de sus agentes lleguen a actuar como parte de los violentos o de quienes violan los derechos humanos. Infortunadamente los colombianos no alcanzan a ver que el Estado y los gobernantes se empleen a fondo para detener la violencia y sus causas, sino que se contentan con acciones puntuales para acallar el malestar social y luego todo queda abandonado. Imposible construir así ni la paz ni la reconciliación.

Y no menos importante es que la voz de paz llegue a los ciudadanos en particular y también a los dirigentes gremiales, a los líderes cívicos, a los mandatarios locales, a los ricos, a los educadores, a los sacerdotes y pastores. Todo el que tenga una voz que sea escuchada y también poder de decisión, debe contribuir decididamente a que se apague para siempre entre los colombianos la idea de que la violencia es el camino para resolver los problemas. Es que esta idea está arraigada en más corazones de lo que se cree, por desgracia y para desgracia de todos. Y quizás lo primero que hay que hacer en quienes nunca han empuñado un arma y nunca lo harán, es apartar de su forma de pensar un apoyo tácito y justificatorio de la violencia de un lado o de otro, de un color o de otro. Este es un fenómeno muy extendido en la sociedad colombiana. Se hace necesario, entonces, levantar la voz contra la violencia, clara y decididamente, porque como afirma Monseñor Rueda, “podemos estar con ‘tapabocas’ pero no podemos callar ante la creciente violencia…”.

Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
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