Vida en abundancia
Cada vez que se realiza la celebración litúrgica del triunfo de Jesús sobre la muerte, la Iglesia se rejuvenece y fortalece para cumplir la misión recibida, que no es otra que anunciar este gran acontecimiento que abrió para los hombres y mujeres el horizonte fascinante de la inmortalidad.
En lo celebrado, la Iglesia alimenta de nuevo su fe, reconoce el portento que Dios ha realizado y vuelve a recordar que, si de Dios ha recibido a Jesús, de este ha recibido la vida que se prolonga por años sin término, al surgir del sepulcro que ahora no es sino un recinto vacío y en el cual no hay que buscarlo, sino adelante, donde haya vida y esperanza.
Si este es el don de Jesús a su Iglesia, la vida que ya no termina, la misión resulta oportuna siempre, también en los tiempos actuales. Una y otra vez los acontecimientos de la humanidad entera revelan que nunca se puede dar por concluida la misión de anunciar, promover, proteger y defender la vida.
Las fuerzas que quieren depredarla son incontables y no alcanzarían las páginas de ningún libro para consignar los intentos por herirla o darla por terminada cada día. Las guerras que no cesan, los asesinatos por todo el mundo, los ataques a personas en todas partes, la violencia contra quienes podrían nacer y contra quienes se han debilitado por los años o por la enfermedad, el hambre que tiende a ser cada vez más presente en muchos lugares del planeta, etc, son apenas una dolorosa muestra de que frente al poder destructivo de la muerte no se puede bajar nunca la guardia.
La Iglesia tiene hoy ante sí la pregunta sobre cuál debe ser el énfasis de su misión en todo el mundo. Sin duda, anunciar que Jesús vino a dar vida en abundancia y, también, dar signos elocuentes de que los cristianos creemos firmemente en la tarea de cuidar la vida como un don de Dios y sobre el cual nadie tiene derecho a apoderarse o, peor aún, a destruirlo.
No es fácil ni anunciar ni realizar los signos, pero hay que hacerlo. El pecado hace que exista en muchas personas, en comunidades y en instituciones una tendencia a proceder con desprecio contra las personas y en últimas con deseo de exterminar.
Ni la Iglesia puede callar, tampoco cada bautizado; ni es posible dejar de exponer una y otra vez las maravillas que comprende en sí toda vida y los seres vivos en su conjunto, obra maestra del Creador.
Cabe recordar que la misión de la Iglesia tiene muchísimos medios para ser llevada a cabo. La predicación, el catecismo, la educación, la caridad, el servicio a la paz, la mediación, la atención de los más pobres, son algunos de ellos para sembrar semillas de vida y esperanza.
Nadie en la Iglesia debe desanimarse ante lo grande de la misión, ante tantos campos por atender. Cada bautizado y cada bautizada que realizan la parte que le corresponde de la misión contribuyen de manera significativa a que la vida, según el querer de Dios, florezca y fructifique siempre, no obstante las fuerzas contrarias, activas por desgracia.
Algunos piensan que la Iglesia siempre hace lo mismo. Así es, pues la humanidad sigue haciendo y diciendo siempre lo mismo. Por tanto, en la lucha por el triunfo de la vida no hay lugar a cambios, sino más bien momentos para retomar fuerzas y ese es el fruto mayor de la Pascua celebrada. Recordar y sentirlo muy profundamente: Dios es Dios de la vida y su Hijo vino para que todos tengan vida y la tengan en abundancia.
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