Un informe para leer y estudiar
Así se titula el grueso volumen que la Comisión de la Verdad ha entregado al país recientemente y que trata de recoger una verdadera tragedia vivida por Colombia y sus gentes en una guerra que se prolongó por años, que no tuvo límites de ninguna naturaleza y en la que todos los participantes perdieron cualquier sentido de humanidad, de justicia, de respeto por la ley y que llevó a la destrucción de miles de vidas, de familias y poblaciones enteras y de buena parte del aparato productivo colombiano. El documento está consignado en más de 890 páginas y cualquier opinión deberá basarse en la lectura completa del mismo, cosa que hasta el momento seguramente nadie lo ha hecho, salvo quizás sus autores.
Sin embargo, al observar los títulos de los capítulos del informe, el lector puede constatar rápidamente que todavía los colombianos, en general, no tenemos clara la dimensión de la guerra vivida por décadas. No hemos terminado de reconocer que en nuestra guerra estuvo implicado prácticamente todo el país, unos de forma activa y otros pasivamente. Que la guerra generó toda una cultura basada en la violencia, la destrucción, la negación de los derechos del otro y esto se fue convirtiendo en una bola de nieve que ya nadie pudo detener por mucho tiempo.
Difícilmente se encuentra en Colombia alguna persona que no haya perdido algo o alguien en la guerra o conflicto armado. Todos perdimos. Y en todos hay dolor, rabia, impotencia, a veces deseos de venganza. Pero, así sea complejo y cuestionable en muchos aspectos, hace unos pocos años se firmó un acuerdo de paz que quería proponerle al país unos nuevos caminos y que poco a poco se ha abierto paso, aunque con muchas oposiciones de hecho.
Terminado en buena medida, aunque no del todo, el accionar de las armas, se hace necesario dar este paso, también doloroso, de buscar la verdad, realizar la reparación y trabajar a fondo por la no repetición. Muchos quisieran que simplemente se cerrara el tema sin más. Pero las víctimas desean conocer la verdad, ser reparadas en la medida de lo posible y tratar de colocar barreras infranqueables para que una guerra como la vivida no reaparezca en Colombia.
En este sentido, el trabajo de escucha a lo largo y ancho del país, realizado por la Comisión, es ya un ejercicio pacificador pues esencialmente consistió en dar la palabra y escuchar atentamente a quienes nunca pudieron expresarse de una u otra manera. El hecho de darle la palabra a quienes nunca han sido escuchados, a quienes han sido victimizados, a quienes tuvieron que obedecer órdenes absurdas, a quienes los tenía preso el terror ya produce cosas nuevas y necesarias para la sociedad colombiana.
Una lectura atenta del informe final de la Comisión de la Verdad permitirá saber si se caracteriza por la objetividad y la claridad en sus conceptos y si no hay sesgos ideológicos preconcebidos. Su enorme extensión no deja de tener el riesgo de hacer aún más complejo e incomprensible un tema ya de por sí muy difícil. Pero seguramente trae material valioso para el estudio, la reflexión, la creación de una nueva cultura democrática y participativa en toda Colombia.
Para la Iglesia es un documento de obligatoria lectura pues ella está situada a lo largo y ancho del país y conoce como pocos lo que sucede hasta en el rincón más lejano del territorio. Pero también ha sido factor determinante en muchos aspectos de la vida colombiana, con frecuencia para bien, en ocasiones con resultados no tan claros.
Por lo pronto, creemos que hay que leer detenidamente el informe de la Comisión de la Verdad y desde él vislumbrar acciones concretas para una futuro más humano y justo para todos los colombianos.
Fuente Disminuir
Fuente