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Templos sin multitudes

31 de agosto de 2020
Imagen:
Iglesia de Mexico
Ha llegado la hora de que la Iglesia, pastores y laicos comprometidos, se pongan a la tarea de pensar realidades nuevas en circunstancias distintas

Desde hace cinco meses los templos de la Iglesia católica están prácticamente vacíos. Puede ser que a partir del mes de septiembre se comiencen a abrir de nuevo y por lo mismo se reiniciarían allí las celebraciones religiosas. Pero por mucho tiempo esto no podrá o no debería ser con asistencias masivas y mucho menos multitudinarias. Esto, bien asumido, puede ser un momento muy interesante para la pastoral litúrgica. Cuando las iglesias están abarrotadas de gente, los sacerdotes y sus colaboradores pueden realizar un determinado modo de celebraciones, la mayoría de las cuales marcadas por una especie de anonimato de sus participantes y por una relación muy general entre pastor y sus fieles. Si lo que viene ahora es un modo de celebrar con grupos menores de personas, en condiciones más cómodas y sin aglomeraciones, con la posibilidad de reconocer a cada uno, quizás se abra una oportunidad para darle un carácter diferente a la celebración de la Iglesia.

Aunque los templos católicos suelen (¿o solían?) estar llenos, quizás esto había creado en la Iglesia una sensación de satisfacción un poco paralizante. La muchedumbre da satisfacción y sensación de mayoría. Pero esta realidad no significa necesariamente profundidad en la fe, en el conocimiento de Dios, ni compromiso hondo con la vida cristiana. No son pocos los sacerdotes que, por ejemplo, ven como una carga, más que como un logro pastoral, las multitudes que rebosan sus templos en fiestas como la Semana Santa o las patronales y cuyos efectos de conversión son notoriamente escasos. A veces estas multitudes religiosas son más un espectáculo cultural que una demostración de fe. Por eso mismo, la “nueva normalidad celebrativa”, puede llegar a ser una verdadera bendición y ocasión inmejorable para progresar en todo. Menos personas, un ambiente más descansado y relajado, menos afán, caras conocidas, posibilidad de trabajar más en el silencio y el recogimiento, podrían llegar a constituir una oportunidad de oro para hacerlo todo mejor, con más cuidado y con más devoción.

Hace años ronda en la Iglesia la pregunta acerca de cómo es que nuevas iglesias hacen para congregar multitudes. Y en ocasiones se ha querido imitar sus mismos métodos de atracción y proselitismo, como si una competencia por el número de fieles fuera un mandato del Evangelio. Valga la pena anotar que ya está siendo hora de examinar, a nivel social y aún sicológico, qué es lo que está resultando de esos modos de difundir la religión y acercar a las personas. Suceden muchas cosas que dan mucho qué pensar. Tal vez es una tentación para la Iglesia católica, pero no se debería caer en ella. En cambio, asambleas más bien reducidas, más participativas, con un acercamiento más detenido y profundo a la palabra de Dios, con un ambiente más claro de oración y recogimiento, con un canto al servicio de la liturgia y no lo contrario, todo esto, puede resultar en una celebración cristiana muy significativa para todos los bautizados y de gran consolidación del verdadero sentido de Iglesia.

Ha llegado la hora de que la Iglesia, pastores y laicos comprometidos, se pongan a la tarea de pensar realidades nuevas en circunstancias distintas, como lo son las actuales. Hay que tener mucho cuidado con que el clero se quede ocioso, lo mismo que los laicos. Pese a tantas limitaciones actuales, se pueden hacer proyectos interesantes y de marcado carácter espiritual. Quizás la quietud que marca la cuarentena sea también un grito por lo espiritual, en una época donde todo aparece limitarse al pan y al circo. Y quizás estas limitaciones sean también un llamado a la sencillez y a la austeridad en la vida eclesial, como lo ha remarcado repetidas veces el arzobispo primado, monseñor Rueda Aparicio. En Bogotá la Iglesia está empeñada en un nuevo ritmo para la evangelización. Quién lo creyera, pero quizás se trate de un ritmo más reposado, más profundo, de pocas y muy sustanciales actividades, de centrarse en “la mejor parte” y de entrar de lleno en Dios, en su hijo Jesucristo, en la acción del Espíritu. ¿Será que la Iglesia estaba y está preocupada de muchas cosas y no se había dado cuenta que una sola es importante?

 

Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
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Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
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