En Colombia se ha convertido en una práctica habitual hablar en público para causar malestar. De hecho, la gran mayoría de pronunciamientos de los cuales dan razón los noticieros tienen que ver con lo que alguien dijo, más que con lo que alguien hizo. Y por desgracia, casi siempre, se trata de palabras que causan malestar, incertidumbre, desasosiego, miedo e incluso generan acciones violentas. Desde siempre se ha dicho que el miembro más potente del ser humano es la lengua y, por lo mismo, es el que más cuidado exige en su uso.
El asunto es más delicado cuando las palabras son pronunciadas, con evidente aire de rabia y violencia, por los altos dignatarios del Estado o por líderes sociales o políticos o religiosos. Entre más altas las responsabilidades ante la comunidad, mayor es el cuidado que debe tener la persona respecto a lo que sale de su boca. Un buen líder puede mover con sus discursos toda una nación o una comunidad local para lograr fines extraordinarios y de verdadero progreso. Pero puede hacer todo lo contrario si habla desde el odio, la ignorancia, el resentimiento, los intereses ocultos. Esto último es como dedicarse a encender mechas para ver cuál logra llegar hasta el explosivo pensado y así generar reacciones impredecibles e incontrolables.
No tiene sentido estar diciendo a los cuatro vientos que se quiere lograr la paz total si a renglón seguido se toman los micrófonos para acusar a todas las personas de ladronas, corruptas, asesinas, etc. Y si además se desconoce que en las propias huestes están haciendo exactamente lo denunciado.
Tampoco se puede aspirar a tener un ambiente sosegado si a todo el que piensa distinto se le llama terrorista, guerrillero, bandolero, etc. Los dirigentes colombianos y los generadores de opinión deben ser mucho más serenos al expresarse y tener en cuenta el real efecto de sus peroratas sobre los ciudadanos, a quienes, en la actualidad, están llenando de ira, rabia, miedo, incertidumbre, ganas de abandonar el país con tanta estupidez hablada y escrita.
Y por lo demás, como se lo dijo en días recientes un joven al Presidente de la República, lo que necesita el país es acción real para progresar y no más discursos que, además de vacíos y ofensivos, en orden al desarrollo son inútiles en su totalidad.
En Colombia existe la enfermedad muy extendida de la verborrea y consiste en la necesidad de pronunciar discursos con la misma elocuencia en la posesión de un Presidente que en el cumpleaños de la abuelita. Pero no se pasa de ahí en muchos sentidos. Sin embargo, el exceso de verbo está afectando notoriamente la vida política y también económica del país.
Se ha creado un verdadero ambiente nocivo para la paz total y para el desarrollo de la nación. A Colombia le vendría muy bien un gran voto de silencio o un voto de inteligencia para los que quieren hablar en público.
Fuente Disminuir
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