El próximo 4 de octubre cumpliría 99 años. Había nacido en el hogar conformado por Alfonso Castro Vargas e Inés Gutiérrez. Recibió la ordenación sacerdotal el 3 de diciembre de 1950 de manos del cardenal Crisanto Luque, de manera que alcanzó los 72 años de vida ministerial. Había realizado su formación en el Seminario Mayor de Bogotá, pero fue también alumno del Seminario Menor.
El mismo padre Castro, en entrevista concedida hace dos años a El Catolicismo, decía que su paso de la casa paterna al Seminario fue muy natural, dado que su familia vivía a cabalidad la fe cristiana y tenía vínculos muy profundos con la Iglesia y con el clero de Bogotá.
Una vez ordenado se desempeñó pastoralmente en varias parroquias, cuando la Arquidiócesis de Bogotá prácticamente abarcaba todo el departamento de Cundinamarca. Por esta razón fue vicario cooperador en Gachetá (1951) y también en Fusagasugá (1952). Después fue párroco en Cachipay (1954) y en Usme (1956). Después estuvo como párroco en San Miguel (1960) y también prestó sus servicios como capellán en el Cementerio Central en el año 1961.
Sus servicios como párroco los prestó también en la parroquia de Santa Clara, cuyo templo hacía parte de las instalaciones del Seminario Menor de Bogotá, el cual fue trasladado después al barrio Prado Veraniego, hasta que finalmente fue clausurado. En esta parroquia, además del servicio a los fieles, el padre Castro adaptó y construyó una casa sacerdotal llamada San Damián, destinada a los sacerdotes que, siendo de otros lugares del país, llegan a prestar servicios en oficinas de la Iglesia a nivel nacional, especialmente en la Conferencia Episcopal. Con el paso de los años esta casa también ha servido como residencia de sacerdotes eméritos de la Arquidiócesis de Bogotá.
Después de la parroquia de Santa Clara, el padre Castro, conocido como “el mono Castro”, asumió la parroquia del Beato Mariano de Jesús Eusse, en el barrio Rosales de Bogotá. Aunque allí no fue posible encontrar lugar para erigir un templo, sí logró ofrecer a los residentes del lugar la misa diaria en salones comunales. Esta parroquia, finalmente no pudo ser viable y fue suprimida por decreto arzobispal y su atención pastoral regresó de nuevo a la parroquia de Santa Mónica, de la cual había sido segregada.
Pero la vida del padre Castro no se limitó a lo parroquial. Llegó a ser director nacional de Cáritas, de la Pastoral Social, y en este servicio recorrió el país entero apoyando muchísimos proyectos para poblaciones vulnerables y administrando los recursos destinado para este fin.
De su profundo espíritu social también hizo parte muy importante del CIREC, “una fundación colombiana, sin ánimo de lucro, que invierte sus esfuerzos en la rehabilitación integral de personas con discapacidad física, relacionada con condiciones músculo esqueléticas, neurológicas y degenerativas”. Fue también profesor muy activo y apreciado en la universidad CESA.
En su larga vida y extensa trayectoria sacerdotal, el padre Castro se distinguió por ser un sacerdote que amó profundamente a la Iglesia y en concreto su Arquidiócesis de Bogotá, en la cual cumplió su misión toda la vida.
Mientras tuvo buena salud, y esto hasta hace muy poco, participó siempre muy activamente de la vida de esta Iglesia particular, con su más clásico y distinguido porte de bogotano de pura cepa.
Era el mayor de los sacerdotes de la Arquidiócesis en la actualidad, como quien dice su decano, y deja una huella profunda entre aquellas personas y comunidades a las cuales sirvió a lo largo de su vida.
Sus cenizas quedarán depositadas en la cripta de la parroquia Santa Clara.
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