“Cultivar la espiritualidad sinodal…, formar a todos los miembros del pueblo de Dios…, contribuir al desarrollo humano integral…, salir al encuentro de los niños, adolescentes y jóvenes…”. En forma resumida, estas son las cuatro decisiones que la Arquidiócesis de Bogotá, luego de un cuidadoso proceso de escucha y reflexión, también de oración, ha tomado, en cabeza de su arzobispo, para la labor evangelizadora y pastoral de los años que siguen. Se trata de optar por una líneas claras y realizables en la práctica, que renueven a esta iglesia particular en su ya larga historia, que está por alcanzar los 460 años de existencia.
En estas decisiones hay varios aspectos importantes e interesantes. El primero, la claridad con que ya se permea el tejido eclesial; la noción sinodal de que todos los bautizados son Iglesia y están llamados, no solo a vivir su fe en profundidad, sino a hacer parte de la misión evangelizadora que Jesús ha dado a sus discípulos. En segundo lugar, está claro que hay que darle nuevos bríos, no solo a la predicación del Evangelio, sino a la de formar a fondo la fe de los bautizados, pues una gran ignorancia acompaña hoy a amplios sectores de la comunidad católica. También resulta alentador ver que la Arquidiócesis de Bogotá sigue teniendo como prioridad la acción en favor de los pobres, la cual siempre ha realizado, pero que ahora quiere incrementar. Y un verdadero acto de sinceridad hace esta iglesia al proponerse llegar de nuevo, en forma convincente a los niños, los jóvenes y los adolescentes, pues actualmente se siente una especie de incomunicación con muchos de ellos. Son cuatro decisiones serias, ponderadas y que se pueden realizar. Reflejan buen sentido de la realidad.
Pero las decisiones tomadas requieren arraigo interior en todos los miembros de la Iglesia. Por eso se ha insistido también en la necesidad de cultivar algunas actitudes para que lo soñado sea posible: humildad, deseo de acercarse, capacidad de escucha, propósito de discernimiento, y profunda confianza-esperanza.
La vida de la Iglesia, y concretamente de la Arquidiócesis de Bogotá, no consiste solamente en programas o cursos o celebraciones. Tiene que estar marcada por unas disposiciones interiores, las actitudes, que le permitan dar frutos en la misión, ser polo de atracción para muchas personas, luz en el camino de las gentes, esperanza para quienes la han perdido.
Poco a poco, la Iglesia en Bogotá y los municipios de oriente que hacen parte de ella, tiene que ir mostrando un modo de ser, de acoger, de servir, de dialogar, que haga aún más visible todo lo que ella tiene para aportar a la ciudad-región. Si convergen armónicamente opciones y nuevas actitudes, seguramente la Arquidiócesis de Bogotá podrá tener una nueva primavera en su quehacer misional.
Finalmente, conviene insistir en la importancia radical de que los laicos asuman cada vez con mayor empeño y decisión la tarea propia de la Iglesia, en comunión con sus pastores. Y los pastores –obispos, sacerdotes y diáconos, lo mismo que los y las religiosas- deben ser capaces de abrir más y más sus mentes y corazones para que los laicos sean sus continuos y activos colaboradores en la evangelización y en la pastoral de cada comunidad en particular.
Está demostrado una y mil veces que cuando se abren las puertas a los laicos, ellos son capaces de llenar de vitalidad parroquias enteras, comunidades de escasa fe. Con admirable espíritu suelen ser unos misioneros inigualables.
La Iglesia de espíritu sinodal, promovida fuertemente por el papa Francisco, está en marcha y solo quienes no entiendan este llamado seguirán en esa “maña” eclesiástica de querer que todo sea como fue en otros tiempos ya idos. La Iglesia no se alimenta de la nostalgia, sino de la luz de la esperanza y ésta siempre brilla adelante.
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