Ha vuelto a tomar fuerza el proceso, promovido por la Arquidiócesis de Bogotá, para lograr, si así lo decide la Santa Sede, la canonización del arzobispo Ismael Perdomo Borrero. El itinerario comenzó en el año 1962, y en la fase actual se quiere lograr que se declare beato al obispo huilense. Ha sido un proceso largo debido, entre otras cosas, a las difíciles condiciones en que monseñor Perdomo se desempeñó como pastor de la Arquidiócesis de Bogotá y también como obispo de Ibagué.
A este obispo le correspondió vivir una época en que se conjugaron, en forma muy conflictiva, varias realidades. La primera, una rivalidad muy fuerte, a nivel político, entre el partido conservador y el partido liberal. La segunda, una sensación de que por diferentes circunstancias la Iglesia hacía su misión al amparo del conservatismo, aunque en realidad en buena medida fue subyugada por esta agrupación política. Y en este bando político se culpó al prelado de haber perdido la presidencia luego de una larga hegemonía. Una tercera, la radicalidad e intransigencia de muchos líderes políticos y algunos obispos, lo que impidió un diálogo más abierto con una nación que estaba en cambio y requería, quizás, más ponderación y actualización de parte de ellos. En medio de este panorama, monseñor Perdomo tuvo que desempeñar su misión pastoral.
Como sucede desde siempre en Colombia, la no radicalización en ningún sentido de monseñor Perdomo, fue su máxima cruz y dificultad. No se dejó llevar, de ninguna manera, por quienes lo querían al servicio del poder político y tampoco asumió posturas pastorales de intransigencia e intolerancia. Así, unos lo veían como tibio y otros como débil. Ni lo uno ni lo otro. Fue siempre pastor y llevó en humilde silencio sus profundas convicciones, y ni siquiera la violencia desatada después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán lo hizo perder su equilibrio y ponderación. Esto es lo que poco a poco ha ido dando a luz el proceso de su posible canonización. La imagen de un pastor solícito, que no entregó su ser apostólico a ninguna facción política o religiosa, que creyó firmemente en sus posibilidades para generar reconciliación en Colombia y que nunca pronunció una sola palabra de ofensa para sus contradictores ni detractores más enconados.
No ha sido fácil rescatar esta imagen en medio de tanto extremismo colombiano. Pero también ha sido posible recuperar su perfil de líder indiscutible de la Iglesia en Colombia, con un estilo muy diferente a su antecesor, el arzobispo Herrera Restrepo, amo y señor de la vida en Colombia por casi 40 años, en el decir del historiador Abelardo Forero Benavides. En este sentido, monseñor Perdomo fue un visionario en muchos campos, como la formación del clero y también su protección social. Respondió con gran sentido de caridad y espíritu ejecutivo a la migración que llegaba entonces a Bogotá, fruto de las sangrientas contiendas entre liberales y conservadores por todo el país y lo hizo creando numerosas parroquias al sur de la ciudad, dotándolas de colegios y comedores comunitarios, entre otros logros. Y, como el más celoso de los pastores, recorrió su amplia Arquidiócesis de punta a punta para animar y fortalecer la misión evangelizadora. Quienes lo acompañaron hasta el final de su vida, afirman que murió en olor de santidad.
Sería maravilloso que la Santa Sede prontamente diera a Colombia la gratísima noticia de la canonización del obispo Ismael Perdomo. Sería como una luz en el panorama de una nación que se debate día a día en busca de su identidad propia y de un perfil del ciudadano que se necesita para lograr una sociedad más justa, equilibrada, pacífica y atenta a las leyes divinas. Monseñor Perdomo puede ser esa luz en el camino que Colombia tanto necesita.
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