La pastoral en estos tiempos
¿Cómo debe ser la pastoral de la Iglesia en estos tiempos? ¿Cómo evangelizar eficientemente? ¿Qué se puede hacer realmente con tantas limitaciones al trabajo que habitualmente se hacía en y desde la Iglesia? ¿Cuál debe ser hoy la ocupación principal de obispos, sacerdotes, diáconos, catequistas y todos los agentes de la evangelización?
Realmente la situación impuesta por la pandemia tiende a prolongarse y, de momento, habría que asumirla como la forma en que hay que vivir y trabajar. La vieja normalidad, si retorna, se demorará mucho tiempo. Cabe, en primer lugar, entonces, esperar de los obispos de la Iglesia orientaciones muy claras sobre cómo desarrollar la pastoral en esta época. Sería muy interesante que en las próximas reuniones de los sacerdotes se abran conversaciones para que entre todos ellos se sugieran nuevas formas de la tarea pastoral pues seguramente ya se han dado experiencias novedosas. Es momento muy oportuno para que todos los agentes de la pastoral crezcan o se inicien en el uso de las herramientas digitales y sin duda no es momento para que las oficinas de la Iglesia estén prescindiendo de sus comunicadores pues vienen siendo hoy los más necesarios para los nuevos métodos de la pastoral.
Pero, así como lo digital es la gran herramienta en tiempos actuales, no hay que abandonar la atención comunitaria y personal hecha especialmente por los sacerdotes. Con las debidas precauciones sigue existiendo la posibilidad de atender individualmente a quienes acuden a las parroquias y también el ejercicio del sacramento de la reconciliación. Quizás la pandemia ha abierto la oportunidad de volver a visitar las familias, una por una, para orar con ellas, para celebrar la eucaristía, para compartir la Palabra de Dios. Y bien vale la pena abrir las líneas telefónicas de escucha a las personas, en un esquema cuidadoso y organizado. Tampoco hay que abandonar a los enfermos, incluso los de Covid 19. Nunca como ahora se necesita la palabra de aliento y esperanza de los pastores. Esto conlleva riesgos, pero son parte de la vida apostólica. Todo esto y otras tareas que se pueden hacer, deben ser también el mejor aliciente para el ejercicio del sacerdocio y evitar que el clero caiga en una parálisis de consecuencias insospechadas y sobre lo cual hay que estar muy atentos.
Ojalá se de en la Iglesia una tarea de pensar en profundidad el tiempo presente. No conviene que solo la preocupación por el tema económico, muy grave por cierto, se lleve todas las energías. No es la primera vez que la Iglesia pasa por una situación de desierto tan intensa. Siempre el Espíritu ha sugerido nuevos caminos de acción y siempre ha habido celosos pastores que han respondido con profundo celo apostólico a los retos del momento. Quizás es un momento para dejar atrás odres viejos que no resisten tiempos nuevos y cambiantes. Formas de evangelizar que ahora no se pueden realizar deben dar paso a propuestas audaces, prácticas, alegres y esperanzadoras. Gran reto tienen todas las diócesis y las parroquias actualmente y de una respuesta conjunta, inteligente y novedosa dependen su vitalidad y existencia en el futuro. Hay que abandonar los lamentos y empezar de nuevo.
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