Ideas desde la Iglesia
El malestar social no es un invento de unos pocos y sería necio esperar simplemente a que se calmen los ánimos. Cosa diferentes son los anárquicos que quieren pescar en rio revuelto. Pero ya está dicho desde todos los centros de análisis que en Colombia ha crecido enormemente la pobreza, el hambre se ha extendido también, el desempleo es creciente. Se requiere actuar con prontitud.
La Iglesia se ha situado de nuevo, en un primer momento, como mediadora para lograr que se genere un diálogo entre el Gobierno Nacional y los organizadores del paro. Labor muy importante, delicada, difícil, muchas veces incomprendida, pero necesaria, pues el nivel de apasionamiento que suele darse en ambos lados a veces imposibilita un diálogo rápido, sincero y fructífero. La tarea que adelantan en silencio los miembros de la Conferencia Episcopal y Pastoral Social merece todo nuestro apoyo pues esa misión es tan útil como evangélica: bienaventurados los que trabajan por la paz.
Ahora, en un segundo momento, sería de la mayor importancia que desde la Iglesia se hagan propuestas o se promuevan algunas ideas que a la larga logren permear personas y estructuras para vislumbrar un horizonte nuevo para el país. La primera habría de ser el concepto del bien común, que se ha refundido porque el país cayó hace rato en manos de intereses particulares y los políticos trabajan descaradamente para ellos. Pero si desde la Iglesia, con fuerza, claridad y profundidad, se lograra crear un verdadero interés por el bien común quizás tome fuerza una búsqueda colectiva del mismo desde diferentes sectores de la sociedad. El bien común es una propuesta para que se abarque al mayor número de ciudadanos como destinatarios de toda acción política, laboral, económica, etc. En Colombia hay un gran fraccionamiento en todo sentido y tanto las mayorías como las minorías no suelen ver más allá de sus propios límites. Hay que ensanchar el horizonte a todos.
También debería insistir la Iglesia en la urgencia de ir a fondo y al mismo tiempo en dos campos fundamentales: educación de calidad y trabajo decente. Si se amplía la educación, pero no hay trabajo se crea mayor malestar. Si no hay trabajo decente peor todavía. En ambos campos se trata de generar una nueva cultura en el modo de ver la educación y también el trabajo. Nada de esto puede ser reemplazado por subsidios, auxilios temporales, bonos, etc. El Estado, la sociedad en general, las instituciones de educación, los empresarios, tienen que empoderar al ciudadano para que con su propia preparación y el desempeño de sus labores puedan gozar de bienestar y autonomía. Quizás en estos aspectos conviene que Colombia concentre más sus esfuerzos en tener una educación y unos campos de acción más especializados para ser buenos en algo preciso y necesario para el mundo actual. Y también en campos realmente rentables.
Y, desde luego, la Iglesia tiene que seguir insistiendo con fuerza en la urgencia de continuar acompañando a los más pobres y vulnerables. Y esto, de un modo que vayan realmente mejorando sus condiciones de vida, y no simplemente resistiendo a punta de subsidios y apoyos temporales. Al mismo tiempo, la Iglesia debería alzar la voz con más fuerza contra la corrupción de los políticos y gobernantes que han saqueado al país y todo indica que allí está el meollo del desastre en que estamos sumergidos. Con astucia de zorros, todos los políticos se han ocultado en esta crisis nacional. Hay que llamarlos a responder por los recursos de la nación, de los departamentos y de los municipios. La voz de la Iglesia debe ser fuerte en este campo especialmente en este momento.
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