¿Hasta cuándo hemos de aguantar todo esto?
Una vez más, la sociedad y el Estado colombiano han sido engañados por los grupos armados ilegales. Siguen secuestrando, extorsionando, asesinando, manipulando la población civil, explotando sexualmente a jóvenes indefensas. Además, siguen obteniendo, con pasmosa facilidad, que las tropas del Ejército y los grupos de policías salgan, expulsados, de los territorios que les corresponde custodiar, pues para eso los tiene la nación colombiana. Es la historia repetida, una y mil veces, y que en cierto sentido ni Estado ni sociedad parecen aprender suficientemente.
Este tipo de crisis hace que cualquier proceso de paz entre en dificultades, pues rompe el mínimo necesario de confianza para unos diálogos que supuestamente buscan la paz. Seguramente los acompañantes, Iglesia incluida, se sienten burlados, utilizados ingenuamente como parachoques de los grupos de delincuentes para avanzar en sus propósitos a largo término. Ya habíamos advertido en estas páginas del peligro de que este tipo de formatos para buscar la paz sirva para abusar, como en efecto está sucediendo, de quienes en verdad sí aprecian la paz para todos los colombianos.
¿Hasta cuándo los colombianos tienen que aguantar esta afrenta permanente de los grupos criminales? ¿Por qué estos grupos, que son una minoría de personas, logran ahuyentar la tropa, poner a los mediadores a pedirles el favor de tener clemencia con sus víctimas, de no ser tan crueles, de respetar a la población civil?
Causa una inmensa preocupación que los grupos delincuenciales se sientan tan poderosos, que cada vez exigen más y más, y todos corran a cumplir sus peticiones, sin que se escuche ninguna voz o se sienta alguna acción que trace límites a sus propósitos por fuera de la ley. La sociedad colombiana siente cada vez con más fuerza la debilidad de su Estado y su Gobierno, la poca capacidad de maniobra de los mediadores de paz, la confusión de supuestos procesos de paz y muestra de esto son sin duda los resultados electorales recientemente conocidos.
En ciertas ocasiones, en algunas personas y grupos, desde algunas instituciones, se suele afirmar que para lograr la paz todo esfuerzo vale la pena. Pero también hay que ver el costo de unos posibles pactos en los cuales la democracia puede quedar en entredicho, la libertad cercenada, los bienes de las personas amenazados, los derechos de los ciudadanos condicionados. Tiene que haber un equilibrio en estos procesos.
Y este equilibrio consiste en que se le abren las puertas a los que están por fuera de la ley para que entren al ordenamiento jurídico vigente y no lo contrario.
Por ahora, no hay ningún signo visible y contundente de que quienes están en diálogos con el Estado y con una sociedad civil muy parcialmente representada en las mesas, estén realmente interesados ni siquiera en una paz parcial, pues de la total mejor ni hablar.
Los representantes de la Iglesia católica no tienen una misión fácil al estar sentados en las mesas en que se habla presuntamente de la paz. Sin embargo, que no pierdan nunca de vista que a quienes hay que favorecer es sobre todo a las comunidades y personas que son víctimas de los violentos y que los delincuentes deben tener un límite, que no se les puede correr cada vez que profieren amenazas.
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