De nuevo los colombianos son llamados a las urnas, en esta ocasión, para dar inicio a la elección de quien será el nuevo Presidente de la República por los siguientes cuatro años. Esto ya es un dato positivo, que hay que valorar: la democracia colombiana, pese a todo lo que se diga, sigue rodando ordenadamente y dando a los ciudadanos la oportunidad de elegir a los candidatos y candidatas de su preferencia.
Esto no se puede afirmar de todas las naciones, incluyendo algunos países de la región. La vieja democracia de Colombia, ajada y maltrecha, sigue siendo la atmósfera de la vida política del país y este es un valor que ha crecido a lo largo de la vida republicana y que hay que cuidar como un bien precioso.
¿A quién elegir? ¿Por quién votar? La Iglesia, a través de la Conferencia Episcopal de Colombia, como lo viene haciendo hace ya muchos años, invita, en primer lugar, a que todos los ciudadanos ejerzan efectivamente el derecho al voto. Es la mejor herramienta para hacerse partícipes del destino político de su propia patria.
Invita a hacerlo libre y conscientemente. Propone que el criterio para escoger sea el de mirar quién está más y realmente interesado por el bien común de la sociedad, de todas las personas. Y, también, quién tiene una especial atención y preocupación por la población más pobre y vulnerable.
La Iglesia, por supuesto, no va a sugerir ningún nombre en concreto, porque esa no es su misión. Trata de ayudar a iluminar las conciencias para que cada persona tome decisiones con la mejor información y criterios posibles.
A algunas personas les impresiona la pugnacidad de la contienda electoral. Así ha sido, pero esto, también, es signo de una democracia vigorosa que deja campo amplio para el debate, para la crítica, incluso contra el actual gobierno y contra el Estado, sin que ello genere consecuencias negativas o de represión para nadie.
Es nuestra democracia un sistema que, aunque imperfecto, da amplia cabida a la libertad de expresión, de prensa, de opinión. La democracia colombiana ha soportado embestidas fuertes de los violentos, de organizaciones nacionales e internacionales interesadas en desprestigiarla, de gobiernos no democráticos, quizás de todo el mundo, y, sin embargo, se ha sostenido, básicamente porque los colombianos están lejos de querer perder su libertad en cualquier sentido.
A pesar de todos sus defectos, este sistema de elección popular de los dignatarios del Estado, a nivel local y nacional, sigue siendo el preferido en Colombia.
Entonces, desde la Iglesia se invita a todos los ciudadanos a hacer uso efectivo de la democracia y en forma masiva. No se debe olvidar, por ejemplo, que en buena medida la desmovilización de las Farc obedeció a una creciente presión ciudadana contra la violencia. Cuando un pueblo se moviliza, y lo hace libre y pacíficamente, es difícil que algo lo pueda detener.
No hay que dejar que espíritus violentos o autoritarios, muchos menos maquinarias criminales, se tomen por asalto la vida colombiana y para eso, de nuevo insistimos, la mejor herramienta, que no las armas, es el voto. Y, como en el pasodoble, “ni se compra ni se vende”.
Ojalá Colombia viva una fiesta democrática en la jornada del 29 de mayo de 2022 y que el o los ganadores tengan como valor supremo el bien común de toda la sociedad, no solo de un partido, una clase, un sector.
50 millones de colombianos tienen derecho a ser libres y a ir mejorando sus condiciones de vida en un entorno democrático, seguro y equitativo.
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