El Nuncio traza líneas
Ha llamado la atención en la Iglesia que está en Colombia el desempeño del actual Nuncio Apostólico, monseñor Mariano Montemayor. En primer lugar, porque se ha ido empapando de la realidad nacional en forma continua y acelerada, de manera que nueve meses después de llegar al país ya tiene un conocimiento grande del mismo. Y también de la situación de la Iglesia a lo largo y ancho de la nación. En segundo lugar, porque sus intervenciones, o sea, homilías y discursos, y también sus entrevistas, reflejan que quiere trazar líneas a la Iglesia en Colombia y así se siente en los pronunciamientos hechos en las posesiones episcopales. Por ningún motivo se puede decir que está como un convidado de piedra a donde va o a donde es invitado.
Dos hechos recientes dejan ver con claridad esta forma de actuar del representante papal. El primero, sus palabras en la posesión del nuevo arzobispo de Bogotá, en las cuales describió en detalle la realidad que recibía el nuevo primado y los inmensos retos que esta metrópoli plantea, no solo a él, sino a toda la Iglesia situada en la capital de Colombia. El segundo hecho, la entrevista que dio al diario El Tiempo el día 12 de julio y en la cual se refiere con mucha claridad al tema de la paz, a propósito de las duras palabras que el arzobispo de Cali pronunció contra el Gobierno Nacional, por su aparente deseo de desarmar el proceso de paz llevado a cabo por el gobierno anterior. En esa entrevista, monseñor Montemayor deja en claro que es mucho lo que se está trabajando por la paz, especialmente con el ELN y reconoce que el arzobispo de Cali también tiene razones para sentirse un poco frustrado por lo difícil que es trabajar por la paz en Colombia. En todo caso, queda claro que el representante del papa está enterado a fondo de cómo se trata de construir la paz en Colombia.
Los dos campos en los que interviene el Nuncio Apostólico son delicados. Los obispos son celosos de sus iglesias y sin dejar de agradecer lo que se les proponga desde la Santa Sede por medio de su representante, no dejan de sentir cierto resquemor cuando alguien quiere decirles cómo hacer su trabajo. Pero está claro que monseñor Montemayor ha venido al país con la mentalidad y el espíritu del papa Francisco y no oculta su deseo de que la Iglesia en Colombia se sitúe claramente en esta dirección. Y no menos sensibles son sus opiniones sobre la realidad política nacional, pues es difícil encontrar otro diplomático que hable tan abierta y fuertemente sobre temas que tocan las fibras más sensibles de la vida colombiana. Sin embargo, debido al protagonismo que siempre ha tenido la Iglesia, tanto local como universal, en la lucha por la paz en Colombia, sus opiniones son escuchadas con respeto, sabiendo que detrás de ellas hay una institución comprometida a fondo con la suerte de Colombia.
Toda voz inteligente y sincera que quiera ayudar, tanto a la Iglesia como a la nación, debe ser bienvenida entre los colombianos. Y debe ser un gran aliciente para que, tanto en la una como en la otra, surjan otras voces con tono de liderazgo que remuevan un poco ese espíritu adormecido que a veces se cierne sobre Iglesia y nación colombianas. Por decirlo en términos coloquiales, a veces vivimos en una “calma chicha”, que es más lo que preocupa que lo que tranquiliza. La Iglesia católica en Colombia está ciertamente necesitada de un remezón grande para recuperar la pasión evangelizadora, de la cual tanto ha hablado el papa Francisco. Y la Colombia política tiene que romper las cadenas de la polarización que han ido hundiendo a la sociedad en un estancamiento en todo sentido y en una nueva violencia soterrada que ya comienza a ser muy alarmante a nivel interno como externo. El nuncio Montemayor parece interesado en ayudar en ambas tareas. Ojalá Iglesia y nación sean permeables a sus propósitos.
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