El buen uso de la fe y la religión
Quienes defienden a rajatabla la misa en latín y la comunión solamente en la boca, a veces exponen unos argumentos que, sin duda, son más de orden psicológico que espiritual. No son raros los casos de personas llenas de escrúpulos que le dan un matiz religioso a los mismos y sus vidas se convierten en un verdadero calvario, pues viven siempre intranquilas pensando que siempre están ofendiendo a Dios. Y así se podrían enumerar muchas actitudes y acciones que, con el ropaje de la fe y la religión, se van convirtiendo en verdaderas cargas difíciles de llevar para personas y comunidades.
La fe y la religión, la vida espiritual en general, son un verdadero regalo de Dios para las personas. Ningún mal uso debería desvirtuar la razón de ser de esta preciosa dimensión que le permite al ser humano entrar en relación con su Creador, con su Redentor y con el Espíritu de la santificación. Jesús ha afirmado con toda claridad que su misión tiene como objetivo hacer libres a todas las personas, a la cuales quiere comunicarles su alegría plena. Gran parte de la vida de Jesús se ocupó en expulsar demonios de las personas. Quiso romper también interpretaciones rigoristas de la antigua Ley, que no permitían la realización plena de las personas, por una mala interpretación de la misma. San Pablo es el mejor ejemplo de un cambio de paradigma, no renegando de la vieja Ley, sino asumiéndola desde el amor de Cristo por la humanidad, como Salvador, por encima de cualquiera otra consideración.
El miedo es un gran protagonista de la vida actual. Y parece haberse extendido sin límites a todas las dimensiones de la vida humana, creando confusiones inverosímiles. La vida espiritual y religiosa, la Iglesia, la fe en sus estructuras visibles e invisibles, deberían presentarse a cada persona como medios muy apropiados para hacer realdad lo que tantas veces se lee en la Sagrada Escritura: “No tengan miedo”.
Cuando se vive permanentemente con miedo todo se trastoca: la razón, la salud, las actitudes –que adquieren un matiz siempre defensivo, muy complejo de manejar- y quizás también la fe. Se ven enemigos donde no los hay, peligros donde no se encuentran, pecados sin que hayan sido cometidos. De este modo se altera enormemente la vida de personas concretas e individuales y esto suele extenderse a familias, grupos religiosos, comunidades. Por eso, siempre cabe revisar el modo como se vive la fe, la espiritualidad y las orientaciones que da la Iglesia, madre y maestra en el orden de la fe.
Pero además de velar constantemente para que la fe no sea distorsionada, hay que abogar por un amplio y responsable sentido común que favorezca la vida de cada persona en particular y la de las comunidades a las que pertenecen. Hoy está claro que ciertas ideas ante el tema de la pandemia del Covid-19, simple y llanamente, provocan la muerte de personas y esto no debe ser visto en términos medios, sino bien claros.
Algunas actitudes frente a los sacramentos pueden dividir las comunidades eclesiales y lo están haciendo. La debacle psicológica de muchas personas hoy en día no puede convertirse en algo peor por una interpretación equivocada de lo que es la fe religiosa.
En síntesis, se requiere que en el ámbito de los creyentes se de una gran sindéresis para estar en el mundo como generadores de esperanza y consuelo y evitar a toda costa llegar a ser los causantes de tristezas y dolores que quizás sean irremediables. Se trata de tener un profundo sentido de caridad para que el bien alcance a todos.
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