Más bien en forma callada, pero continua, los diáconos permanentes han ido creciendo en número y presencia en la vida de muchas Diócesis del mundo, aunque no en todas. En el caso de la Arquidiócesis de Bogotá, hoy son ya más de un centenar ejerciendo el ministerio.
Poco a poco se ha creado con ellos en la Iglesia una nueva fuerza ministerial para diversos campos de la pastoral y, en ocasión, de la administración. Sin ningún problema, su presencia en las comunidades católicas ha sido asimilada con absoluta normalidad y su condición de personas casadas les ha dado una especie de fortaleza para ciertos campos de la pastoral, como, por ejemplo, el de la familia.
Sin embargo, es necesario reflexionar en profundidad acerca de la manera de darles un lugar más preciso en la misión evangelizadorade la Iglesia y unas tareas más concretas, o, también, entregarles unos campos más definidos en el amplio quehacer eclesial. Hasta ahora, en general, los diáconos permanentes, al menos en la Arquidiócesis de Bogotá, se han situado como colaboradores de los sacerdotes, especialmente en las parroquias. Se hacen cargo de algunas tareas, bien en la pastoral, bien en la liturgia. Otras veces realizan unos reemplazos a los sacerdotes en la liturgia que no siempre son tan claros para los fieles laicos.
Desde los orígenes, el diaconado fue pensado como un ministerio de servicio, que en buena medida evitara que los obispos y presbíteros descuidaran el anuncio de la Palabra, la santificación del pueblo de Dios. Es decir: los diáconos estarían ocupados más de lleno en la caridad operativa, en lo administrativo y siempre en algún campo evangelizador explícito.
La realidad actual no es tan clara. Además, presenta la limitación de que muchos de ellos siguen desempeñándose en su vida profesional o laboral y esto les impide un servicio de tiempo completo en la Iglesia.
Vistos los enormes retos que presenta una ciudad como Bogotá y sus parroquias rurales con enormes extensiones, no hay duda de que está llegando la hora de echar mano de estos buenos ministros diáconos para hacer realidad aquello de la Iglesia en salida, la Iglesia que evangeliza con nuevas formas y propuestas, la Iglesia que es capaz de confiar muchas tareas a estos nuevos ministros ordenados, así como lo ha hecho con tantos laicos. De no ocurrir esta asignación clara, retadora y novedosa al orden de los diáconos, este grupo de servidores de la Iglesia podría perder su original significación.
Pero ojalá la iniciativa sea de ambas partes. De un lado, el orden episcopal asumiendo de lleno a estos hombres que, en condiciones diferentes a los sacerdotes, también quieren prestar un servicio en la Iglesia. Del otro lado, los diáconos asumiendo un papel mucho más proactivo y propositivo, de manera que cada iglesia local en realidad se sienta renovada y enriquecida pastoralmente, sobre todo en el inmenso campo de la caridad, por estos hombres, todos ya maduros y con amplias experiencias de vida en muy diversos campos.
Dios, que siempre cuidad de su Iglesia, en estos tiempos de aparente escasez vocacional para la vida sacerdotal, y que es sobre todo tiempo de purificación, le ha regalado la abundancia de los diáconos.
Es urgente y justo llamarlos más fuerte y decididamente a que se pongan al frente de muchas tareas que la Iglesia debe cumplir y que nadie ha dicho que sean solo sacerdotales, salvo algunas acciones sacramentales. De todo esto es un buen signo el que ahora en Bogotá, los futuros diáconos reciban su formación en las instalaciones del Seminario Mayor, escuela por antonomasia de los servidores de Dios para esta inmensa porción del pueblo de Dios.
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