Crecer en la fe
Las actuales circunstancias que han limitado la posibilidad de congregar a los bautizados son una oportunidad de oro para que cada uno cultive con mayor ahínco su propia fe. La dimensión individual de la fe es tan importante como la que se deriva de la vida comunitaria en la Iglesia. Pero contiene esa posibilidad absolutamente personal de hacer de la relación con Dios y con su enviado Jesucristo algo vital y determinante. No basta con ser parte de un rebaño en el que Cristo es el pastor. Se requiere hacer el propio camino para que la comunidad también pueda avanzar a buen ritmo. Y no solo por la cuarentena que nos da la posibilidad de cultivar más la fe, sino por la misma cultura en que hoy deben vivir todos los cristianos y que les exige ser capaces de dar razón de su fe y, ahora con especial énfasis, de su esperanza.
Para la Iglesia-congregación, esta situación se convierte en otro reto para poner a disposición de sus miembros todos los medios que les permitan experimentar el crecimiento espiritual y de fe. El primero de ellos, la Palabra de Dios, que ha encontrado en los medios digitales un vehículo maravilloso para llegar hasta el más recóndito de los lugares del mundo. El segundo, un llamado vehemente a la oración, favorecida esta por la relativa quietud y mayor disponibilidad de tiempo que hoy tienen las personas. En tercer lugar, la caridad por iniciativa propia que lleve a todos a tener contacto con todo el que carece de lo necesario para alimentar su cuerpo y nutrir su alma. Y, los medios doctrinales, para que cada bautizado sienta también el gusto y la misión de anunciar las maravillas de Dios en su familia, en su lugar de trabajo y estudio, incluso a través de los medios digitales. Muchas son, entonces, las herramientas que la Iglesia puede poner a disposición de los bautizados para que cada uno haga una tarea para sí mismo y para los que lo rodean.
En este sentido, si se logra hacer más comprometida la vida de los laicos, se puede abrir un nuevo camino de evangelización una vez superada la pandemia. Este nuevo itinerario consiste en preparar más y más personas, porque ya se está haciendo con la escuela de evangelizadores, que deseen ser verdaderos heraldos del Evangelio donde quiera se encuentren. La ciudad densa, Bogotá, las distantes veredas de su sector rural, parecen estar pidiendo de tiempo atrás, no tanto templos, sino personas que quieran llevar la Palabra de Dios, consolidar comunidades realmente cristianas, promover una caridad efectiva, convocar las personas a la oración. Esta necesidad de evangelizar impone una gran creatividad pastoral, una inmensa confianza en los laicos y su deseo de llevar a Cristo por todas partes. De hecho, la formación y preparación de los laicos para evangelizar, se puede seguir haciendo desde lo digital. No hay necesidad de esperar ningún permiso para intensificar esta tarea.
Es importante que en la Iglesia soñemos con que todos lleguen a ser adultos en Cristo y en el pleno sentido de esta expresión. Una comunidad de personas que realmente han crecido en la fe y en la pertenencia al cuerpo de Cristo, le dará un nuevo impulso evangelizador a la arquidiócesis de Bogotá y su área de influencia. Permitirá esto, también, que obispos, sacerdotes y diáconos, puedan desempeñarse con más dedicación a lo propio de su ministerio, el cual muchas veces se dispersa por la cantidad ilimitada de ocupaciones y quizás por la falta de confianza en las capacidades de los laicos. La cuarentena y la cultura actual, con sus luces y sombras, están llevando a que la Iglesia se replantee su obra de evangelización y la actualice de acuerdo con los signos de los tiempos que, en definitiva, están cambiando y eso no se puede negar.
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