Ha concluido en Lisboa, Portugal, la Jornada Mundial de la Juventud, presidida por el Papa Francisco. Los informes que llegan desde Europa son todos muy positivos y cargados de admiración y esperanza.
Para quienes ven en los números un indicativo importante, los reportes de prensa indican que una multitud de millón y medio de jóvenes, aproximadamente, se congregó en el acto central de la jornada. Y que en un momento de dicha jornada estuvieron en silencio, oración y adoración. No gritaron contra nadie, no apedrearon nada, no atacaron a ninguna persona, no consumían licor ni drogas. Estaban en un plan que solo desde lo espiritual se comprende y valora en toda su dimensión.
¿Qué es lo que sucede realmente en estas ya legendarias jornadas mundiales de juventud? El cardenal Clemente, arzobispo de Lisboa, ha dicho que el sentimiento que percibió con más fuerza en este “huracán” espiritual ha sido el de la alegría. Parece algo sin mucha importancia, pero en realidad es una experiencia que puede producir muchos efectos importantes, primero en los jóvenes participantes, pero también en la Iglesia actual que ha tenido en los últimos años como un temperamento un poco melancólico, y en las sociedades mismas de donde proviene la multitud de jóvenes.
Es un mensaje de que la gran mayoría de ellos no es ese producto del mercadeo que algunos se imaginan, sino seres que se saben poseedores de su propia vida y capaces de impregnarla de experiencias y sentimientos que los hacen vivir felizmente.
También, suceden en estas jornadas de juventud de carácter mundial sucesos poco usuales hoy en día en el orbe entero. Por ejemplo, unos momentos de oración muy fuertes, profundos, sinceros, “desestructurados”, que llegan a las fibras más hondas de los jóvenes. Ellos descubren que tienen la capacidad de ejercitarse como seres espirituales y recoger sus frutos.
Las jornadas, además, ofrecen momentos amplios de silencio, ese gran desconocido o desplazado de las culturas actuales. Y sucede en estas jornadas que los jóvenes también hacen un esfuerzo grande de escucha con respecto a la Palabra de Dios, a la Palabra de la Iglesia en la voz del Papa, y a la palabra de los testimonios de esperanza salidos de la boca de otros jóvenes. En suma, en estas jornadas los jóvenes y todos los “colados” (siempre bienvenidos), se da una verdadera experiencia de Dios en medio de la multitud y de cada persona. Esto solo se puede contar, pero no describir pues en cada uno esa vivencia es única.
No terminemos sin dejar de anotar el poco despliegue que los medios colombianos le han dado a este acontecimiento de talla mundial. Por eso es que Colombia está tan al margen de tantas cosas bellas e importantes que suceden a lo largo y ancho del planeta. Los medios colombianos, en general, están dedicados a ese mundillo de mal olor que despide toda la cosa política actual, y la de siempre, y se resisten obstinadamente a comunicarle a la ciudadanía acontecimientos que le permitan crecer en esperanza, en fraternidad, en el bien común.
Como se ha dicho tantas veces, a los colombianos nos falta visión de mundo y somos como prisioneros de nuestra visión corta de la realidad. En esta ocasión también se perdió la oportunidad de vincular la nación, a través de una amplia cobertura y difusión, a este gran acontecimiento mundial de jóvenes.
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