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Ayudar a pensar desde la Iglesia

23 de noviembre de 2020
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Comisión de la Verdad
Se necesitan pastores bien formados intelectualmente para orientar con sabiduría y llevar luz a las mesas de trabajo donde continuamente son invitados a participar.

A medida que el ritmo de vida se hizo frenético y también a medida que las situaciones graves requieren respuestas inmediatas, la tarea de pensar, reflexionar, ponderar ideas, puede haber perdido espacio en la realidad de cada día. Y eso no es bueno. La vida en Colombia se desarrolla, en ocasiones, en medio de situaciones tan absurdas, violentas, catastróficas, que bien puede suceder que la única preocupación sea sobrevivir al día a día, tanto para las personas como para las comunidades e instituciones. Pero, ¿hacia dónde se dirige este movimiento incesante? La Iglesia, situada en medio de comunidades concretas, puede prestar otro servicio ayudando a pensar, a elaborar respuestas y propuestas a la infinidad de requerimientos de la vida nacional, así como las que tan frecuentemente hacen el papa Francisco y la Curia Romana de cara al mundo entero en los temas más diversos y todos de actualidad. Es como tratar de reproducir esa escena tan repetida en los Evangelios, del Jesús que se retira a orar y después se une a la gente para enseñarles sobre temas muy variados.

¡Cuántos no son los temas y aspectos de la vida colombiana que están necesitados de un análisis profundo, sereno, equilibrado, bien elaborado, para dar paso a nuevas realidades! Y la iglesia tiene muchísimo qué decir y compartir en varios campos. En lo social, en lo ético, en lo comunitario, en lo político –no en la política partidista-, en lo ecológico, en lo referente a la vida. Pero hay que elaborar una estrategia mejorada para que la iglesia pueda ser escuchada con verdadera atención. Hay que tratar de ir mucho más allá del simple y siempre pasajero reportaje periodístico. Y ya hay intentos en este sentido. En efecto, el arzobispo de Bogotá, los Padres Jesuitas, la Vicaría de Evangelización de la Arquidiócesis de Bogotá, la Nunciatura Apostólica, por mencionar algunos ejemplos, han dado ya algunos pasos concretos en este empeño. Son intentos de convocar, establecer ámbitos cordiales de diálogo, sentar en una misma mesa a personas que piensan cosas muy diferentes, tratar de encontrar puntos de encuentro y entre todos, ofrecer propuestas para la vida nacional.

Esta tarea de pensar y de hacerlo con seriedad y profundidad, tiene que ser uno de los contrapesos que hay que hacerle a esa otra forma de “pensamiento” que solo ve en lo militar y policial, o en la asonada callejera, en el paro violento, en la destrucción de la riqueza nacional, el camino para solucionarlo todo, aunque de hecho nada han solucionado, sino todo lo ha empeorado. Debe ser contrapeso a un modo de vida colombiano que obedece a simples impulsos momentáneos, a arrebatos incluso de solidaridad, a campañas que rara vez pasan de ser eslóganes repetidos sin ton ni son. Un contrapeso a una mentalidad que está esperando de los golpes de suerte la solución a los problemas personales y sociales, incluso a los problemas de salud. Así es imposible progresar y llevar bienestar a todos. Una tarea de pensar que se sitúe críticamente ante muchas otras formas de pensar en boga que, con apariencia de bondad, atropellan los más elementales derechos humanos, especialmente de los más débiles.

No hay que bajar la guardia en la vida intelectual y académica en la Iglesia, tanto para consagrados como para laicos. Los tiempos que corren son complejos y se requiere mentes, personas y grupos, dedicados a estudiar, reflexionar, conocer otros horizontes y experiencias exitosas y con esta tarea iluminar la mayor cantidad de campos de decisión y acción de la vida colombiana. Se necesitan laicos muy bien formados para ser luz allí donde se desempeñan a diario. Se necesitan pastores bien formados intelectualmente para orientar con sabiduría las comunidades y llevar luz a las mesas de trabajo donde continuamente son invitados a participar. Incluso, sería de la mayor importancia que buena parte de las reuniones de los eclesiásticos se dedicaran a trabajos intelectuales que los doten de más herramientas para interpretar la realidad y responder a la misma con más tino y provecho y no solo con intuiciones ocasionales. Y no hay que tenerle miedo a dedicar tiempo y personas a la tarea del pensamiento y la reflexión. Es algo de la mayor necesidad, para que la Iglesia no pierda su luz y nuestra sociedad su norte, por cierto ya envuelto en muchas brumas peligrosas.

Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
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Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
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