Qué hacer para que la Primera Comunión no sea también la última
El ejemplo de los padres y la catequesis continuada pueden evitarlo.
Un vestido de Comunión promedio ronda los 300 euros y puede llegar perfectamente a los 500. Foto: María Pazos Carretero.
Entre el traje o el vestido, las fotos y el banquete, celebrar una Primera Comunión cuesta de media 1.600 euros de acuerdo con la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU). Basta con alargar la lista de comensales y añadir algún detalle para superar los 6.000 que, de acuerdo con esta asociación, se
desembolsan en no pocas familias. Un gasto cuatro veces superior al salario más frecuente en nuestro país, de 1.540 euros, que asemeja esta celebración protagonizada por niños a una «miniboda», tal y como ya denunció Luis Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal Española, en una carta pastoral publicada la semana pasada y en la que llamó a una «operación rescate» del sacramento.
«Humanamente necesitamos celebrar, pero muchas veces hemos ensombrecido el Regalo con mayúscula por los otros regalos», explica a Alfa y Omega Pedro Luis Andaluz, delegado de catequesis en la diócesis de Osma-Soria. Por encargo de su obispo, Abilio Martínez, escribió otra misiva pidiendo que las fiestas tras recibir la Eucaristía por primera vez se desarrollen «con proporcionalidad». Pide que «pongamos la atención en lo importante» en vez de en los cada vez más costosos regalos o en marcharse en carruaje de la parroquia, casos extremos que llegan a suceder.
El delegado de catequesis no achaca maldad a este tipo de excesos, pero advierte de la creciente «presión social» que lleva a «si tú has celebrado de alguna forma, yo tengo que superarlo». Recomienda mantener presente que «por muchos regalos que recibamos, el que da sentido a ese y todos los días va a ser la Comunión». También pone como ejemplo a algunos fieles de su diócesis que, «a raíz de la pandemia, han optado por celebraciones más familiares en la propia casa o en merenderos».
Otro de los riesgos de una fiesta por todo lo alto es el de «entender la Primera Comunión como una meta» en vez de como lo que es, un paso, y que se genere «la concepción psicológica de corte». «En muchos casos, la Primera Comunión ya está empezando a ser la última», diagnostica Andaluz, quien ha visto cómo, después de vestirse de marineros y de que les regalen su primer móvil, «muchos niños no vuelven» a la parroquia.
Hay remedios. El primero, que los padres «acompañen a los hijos a la celebración de la Eucaristía» tanto el primer día como todos los siguientes. Algo que, debido a los cambios en las dinámicas familiares, a veces no se cumple ni siquiera en la esperadísima gran ocasión. Otra solución es que las parroquias impartan «catequesis continuada» a los niños que acaban de celebrar la Comunión para que no se vean de la noche a la mañana sin un grupo de referencia.
Pilar García y María José Hernández son catequistas en la parroquia soriana de Santa Bárbara. A diferencia de sus compañeros, que preparan a los niños para la Primera Comunión o a adolescentes hasta su Confirmación, ellas trabajan con los chavales de entre 10 y 13 años que conforman el «grupo intermedio». «Han salido unos grupos muy formados con un compromiso importante», celebra García.
Una vez recibida la Eucaristía, «muchos niños no vuelven». Foto: Archimadrid.
Tras 23 años apostando por esta fórmula, «ahora los primeros se casan» y «colaboran como adultos en la labor de Cáritas y las iniciativas que tenemos en la parroquia». Una adhesión que atribuye a que no se quedaran descolgados en su primera adolescencia. «Hacen grupo y ya no se desligan jamás», dice García. Incluso quienes pierden la fe han consolidado allí sus amistades más decisivas y se dejan caer por los conciertos u obras de teatro que organiza la parroquia.
Por su parte, Hernández explica que al dar seguimiento a este grupo de edad atajan «el riesgo del parón». Compara dejar de frecuentar la iglesia de pequeño con «cuando dejas de ver a un amigo por un tiempo», en este caso Jesús, «y después te toca ponerte al día», con el riesgo de perder la relación por el camino. Que los chavales creyentes se junten entre ellos también previene que «cuando llegan a la adolescencia, hayan formado su grupo en otro lugar con ideas totalmente diferentes y les digan que ir a la iglesia es perder el tiempo». Lo que no implica que se cierren al mundo sino que, allí donde van, «son capaces de decir que lo primero es Dios».
En Santa Bárbara son partidarios de confirmar a estos chavales, si es que así lo desean, cuando cumplen 13 años. Ante quienes piensan que «son muy pequeñitos», Pilar García reivindica que «son profundos, inteligentes, viven a Jesús desde el corazón y son más sinceros que a cualquier otra edad». Por su parte, Hernández recalca que «adquieren la madurez a través de una formación continuada». Para justificar la apuesta de la parroquia se apoya en un dato: los niños se quedan.
Fuente Disminuir
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