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Se necesitan testigos

23 de junio de 2015

Uno de los grandes males de la Iglesia es su secularización interna. Con facilidad la vida y la acción pastoral de la Iglesia se pueden reducir a una celebración…

Esto va llevando a que los fieles se congelen en la indiferencia religiosa, vayan a buscar otras propuestas más llamativas o, dentro de la misma Iglesia, encuentren la forma de hacer nidos propios diseñando su particular orientación. Ya desde 1859, el beato Henry Newman había señalado que una fe heredada, pasiva, mantenida y no vivida sólo podía conducir las personas cultas a la indiferencia y las personas sencillas a la superstición.

Una evangelización superficial y una ausencia de verdadera experiencia espiritual hacen que se pierda la identidad cristiana, que no se tenga sentido de pertenencia en la Iglesia y que se quiera llenar el vacío de Dios con búsquedas alternativas. Sin llevar a las personas a un encuentro con Cristo que suscite la alegría de la fe y el compromiso de una nueva vida, todo el trabajo pastoral que hagamos se resbala y no penetra ni en la existencia personal ni en la cultura de la sociedad. Tantas veces podríamos hablar de “catequesis chatarra”, de “liturgia chatarra”, de “comunidad chatarra”. Hacemos las cosas, pero no nutren, no dan vida.

Mientras más se deshumaniza el mundo, más necesidad tiene la gente de experimentar a Dios, de escuchar su palabra, de sentir su amor, de abrirse realmente a su salvación. Por eso, nuestra pastoral tiene que recuperar o incrementar un anuncio eficaz del Evangelio que dé sentido a lo que somos, la frescura celebrativa y la hondura del misterio en la liturgia que dé fortaleza y paz, la vida sencilla y fraterna de la comunidad donde se pueda gozar la cercanía de Dios y la dicha de la fraternidad. Más que discursos académicos, el evangelizador debe ofrecer lo que “ha visto y oído”, lo que él mismo ha experimentado y no lo que le han contado.
 
La acción evangelizadora y la animación pastoral de nuestras parroquias e instituciones están necesitando sacerdotes, diáconos, religiosas y laicos con el peso que da la experiencia de la fe, con la formación para ser verdaderos maestros espirituales, con la caridad que lleva a entregar la vida para que surja en otros. Sin experiencia de Dios la evangelización y la pastoral no serán más que “un metal que resuena” y ofrecerán sólo cosas secundarias. La vida de algunas parroquias se puede reducir a reuniones más o menos sociales y a cursos de preparación para los “sacramentos de despedida” porque después de ellos las personas que los han recibido no se volverán a ver.
 
Estos desafíos reclaman con urgencia darle prioridad a la oración de adoración y de alabanza, a la escucha y meditación de la Palabra, a la animación permanente de procesos de conversión y de evangelización, a la formación de espacios comunitarios donde los fieles se puedan acompañar y sostener mutuamente en el arduo camino del seguimiento del Señor, a iniciativas concretas donde los católicos puedan vivir su compromiso misionero y su responsabilidad frente a los problemas de la sociedad y las necesidades de los pobres. Esta es la manera de evitar que la Biblia, la liturgia, la teología, el magisterio de la Iglesia y la vida de los santos queden guardados como en un refrigerador.
 
Para lograr esta nueva evangelización y esta conversión pastoral se necesitan testigos. Personas que viviendo la fe cada día demuestren que creer en Cristo y seguirlo da alegría, libertad, vida; una vida verdaderamente humana a nivel personal y social. Se necesitan testigos, pero no aislados sino en núcleos comunitarios, que con un lenguaje sencillo y fresco comuniquen su experiencia profunda de Dios y ofrezcan a quienes deseen entrar la posibilidad de compartir la alegría que los hace vivir. Esta experiencia y este testimonio encuentran en la Eucaristía, celebrada a fondo, la fuente del amor, de la fidelidad, de la fortaleza y de la esperanza.
 

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