Parroquia San Antonio de Fosca: patrimonio espiritual e histórico, con corazón campesino

Enclavado entre las montañas del oriente cundinamarqués, a las puertas del majestuoso Páramo de Sumapaz, el municipio de Fosca resguarda uno de los tesoros más antiguos y vivos de la fe en la Arquidiócesis de Bogotá: la parroquia San Antonio, erigida canónicamente, según decreto arzobispal, el 8 de mayo de 1694, y

La parroquia es una de las más antiguas de toda la Arquidiócesis. Fosca tiene 489 años, y la comunidad parroquial empezó a constituirse hacia 1664, un tiempo antes de su constitución como parroquia. Este año cumplimos 331 años de vida eclesial”, cuenta con orgullo el padre Hernán Humberto Zapata Suaza, actual párroco.
Perteneciente a la Vicaría Episcopal Territorial San José, arciprestazgo 4.1, el templo que hoy se levanta en el centro del municipio no es el primero, sino el tercero que ha tenido la comunidad fosqueña. “Fue construido en 1815 y recientemente restaurado por su valor histórico. Es considerado patrimonio cultural del departamento de Cundinamarca”, explica el padre Hernán, mientras señala con aprecio las gruesas paredes de piedra y la sobria fachada colonial que custodia las celebraciones y la vida de los fieles.

Pero San Antonio de Fosca no es solo historia, es también presente misionero y futuro sembrado en esperanza. En palabras del párroco:
“Lo que más me conmueve es que estamos en una zona rural. Muchos no imaginan que la Arquidiócesis de Bogotá tiene territorios como este. Para mí, esta parte es el pulmón espiritual de la Arquidiócesis”.
La parroquia atiende actualmente 24 veredas, en las que el Evangelio camina a ritmo campesino, al paso de quienes trabajan la tierra con manos curtidas y corazones firmes. “La pastoral aquí es hermosa. Es gente sencilla, campesina, que cultiva y cosecha. En la pandemia los reconocimos como héroes, porque sin ellos no habría alimentos en nuestras ciudades”, afirma el sacerdote, con gran admiración.

Ante el desafío de acompañar este extenso territorio, el padre Hernán no se siente solo: lo acompaña una comunidad viva, con múltiples grupos y movimientos que sostienen la vida parroquial. “Tenemos pastoral juvenil, de familia, catequesis, lectores, acólitos, ministros extraordinarios de la comunión, adoradores nocturnos… Y lo más lindo es que todavía se conservan muchas tradiciones propias de esta tierra”, destaca.
Una de esas tradiciones, profundamente enraizada, es la fiesta de San Antonio, que cada año congrega a más de 15 mil peregrinos en una jornada centrada en la oración. “Nada de verbenas o espectáculos. Solo confesión y Eucaristía. Es una celebración de fe profunda”, afirma el padre.
Misionero de corazón y alma
El camino del padre Hernán Humberto es también un testimonio de entrega misionera. Nació en La Tebaida, Quindío, en 1978. Inició su formación con los Misioneros Javerianos de Yarumal y fue ordenado sacerdote en 2010. Vivió 12 años en el continente africano, donde estudió teología en Angola, y sirvió en diversas misiones. Desde hace nueve años hace parte de la Arquidiócesis de Bogotá, donde ha prestado su servicio en Puente Quetame y, desde hace casi cuatro años, en Fosca, ahora como sacerdote incardinado a esta iglesia particular.
“Estoy muy feliz, muy contento en estos espacios rurales”, afirma con sencillez. “Aquí uno puede vivir la cercanía real con las personas, caminar con ellos, compartir sus luchas, sembrar esperanza”.
Su paso por África le dejó un corazón misionero que sigue latiendo con fuerza en cada vereda, en cada visita pastoral, en cada misa celebrada entre montañas. “El arzobispo siempre nos dice que él también es párroco de pueblo, y para mí eso tiene un valor inmenso… es que aquí la fe se respira, se cultiva y se comparte”.
Con más de tres siglos de historia y una comunidad que sigue latiendo con fuerza en la fe, la parroquia San Antonio de Fosca es testimonio vivo de una Iglesia que no olvida sus raíces, y que sigue siendo casa, escuela y camino para quienes encuentran en ella un refugio espiritual en medio del campo.
“Este es un lugar donde se conserva la tradición, pero, sobre todo, donde se vive la fe con alegría y sencillez”, concluye el padre Hernán, con la mirada serena de quien ha encontrado su lugar en el mundo: al lado de su gente, en el corazón de los Andes, donde la fe se siembra con manos campesinas.
Más detalles sobre esta comunidad de fe arquidiocesana, a continuación:
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