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En el día de Nuestra Señora de Guadalupe, unidos en oración con el Santo Rosario

10 de diciembre de 2021
En día de Nuestra Señora de Guadalupe, unidos en oración con el Santo Rosario
Imagen:
clarin.com

El próximo domingo, 12 de diciembre, día de Nuestra Señora de Guadalupe, que este año coincide con el Tercer Domingo de Adviento, será ocasión para que el mundo ore con el Santo Rosario en un signo de “unidad en la indiferencia”.

A través de la iniciativa de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL), acogida por el papa Francisco, se invita a celebrar la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de toda América y las Filipinas, “expresando nuestras intenciones por toda la Iglesia Católica en el mundo, atentos a los clamores de los descartados a las periferias existenciales, conmovidos por las víctimas de las pandemias que profundizó el Covid-19”.

El momento de oración, afirmó la CAL, culminará con una oración presidida por el Cardenal Marc Ouellet, en armoniosa sintonía con todos los fieles presentes, disponiéndonos a participar del rezo del Ángelus con el Santo Padre al mediodía.

El Santo Rosario iniciará a las 10 de la mañana (H.R) en la Plaza de San Pedro. Convocados y reunidos desde un sentir latinoamericano, cada decena será entonada por representantes de distintos pueblos y culturas.

La historia de la Virgen del Tepeyac

Una década después de iniciada la conquista de México, los misioneros se encontraban frente a una difícil situación. El esfuerzo evangelizador a cargo de los misioneros españoles -por distintos y complejos motivos- no había producido los frutos esperados. Entre otras cosas, pesaba sobre la conciencia de los conquistadores innumerables pecados cometidos contra los indígenas, y las contradicciones propias de la ambición desmedida y el ansia de poder. En ese contexto, los misioneros experimentaban cierto desconcierto por las escasas o poco sólidas conversiones.

Sin embargo, contra cualquier cosa que podría haberse esperado, el 9 de diciembre de 1531, la Madre de Dios cambiaría definitivamente el curso del proceso de evangelización, y lo haría de manera radical. María Santísima, en el lugar llamado Tepeyac, se le apareció a un humilde indio chichimeca de nombre Juan Diego, convertido al cristianismo. A los ojos del buen Juan Diego, se trataba de la “Señora”. Mientras que Ella, suscitando paz en el corazón del indígena, se presentó a sí misma como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”.

La Virgen le encomendó a Juan Diego que le pidiese al obispo capitalino, el franciscano Juan de Zumárraga, que mande construir una Iglesia, dedicada a Ella, en el lugar de la aparición. Juan Diego comunicó el pedido de la Madre de Dios al obispo pero este no le creyó. En una aparición posterior, la Virgen le pidió a Juan Diego que insistiera. Al día siguiente, Juan Diego volvió a encontrarse con el prelado, sin lograr que este cambie de posición.

El martes 12 de diciembre, la Virgen se presentó nuevamente a Juan Diego, dándole palabras de consuelo y esperanza. Juan Diego, reconfortado, le confesó a la Virgen que tenía a su tío muy enfermo. Ella, entonces, le pidió que subiera a la cima del monte de Tepeyac, que recogiera flores y se las trajera. Aunque el pedido pudiera parecer descabellado -era invierno-, San Juan Diego obedeció. Al llegar encontró un brote de flores muy hermosas, las colocó en su tilma y se las llevó al Obispo, tal y como la Virgen se lo había pedido.

Estando frente al Prelado, San Juan Diego desplegó la parte delantera de su “tilma” dejando descubrir su carga. Las flores cayeron, pero algo inesperado ocurrió: en el tejido de la tilma había quedado impresa la imagen de la Virgen María. Frente a los ojos de Mons. Zumárraga y de los ocasionales testigos de la escena era, por decir lo menos, inusual. La imagen mostraba a la Virgen María aparecía como una mujer de tez morena, con rasgos mestizos; adornada como una reina, de pie sobre una media luna y sostenida por un ángel. Los presentes cayeron de rodillas impactados por aquello que estaban viendo. Mons. Zumárraga, conmovido, pidió perdón por su actitud inicial.

Al día siguiente, el Obispo, acompañado de Juan Diego, visitaría el lugar de las apariciones en el monte del Tepeyac. Allí, dio la orden para la construcción del templo, mientras los primeros hombres se ofrecían para realizar la obra, pedido expreso de la Virgen. Luego, Juan Diego se marchó presurosamente a ver a su tío Juan Bernardino, que había estado muy enfermo. Al llegar lo vio recuperado, de pie y evidenciando salud. ¡La Virgen había hecho el milagro! Juan Bernardino le contó a su sobrino que había visto a la “Señora” y que Ella le había pedido que contara de su curación al Obispo.

Madre, bajo tu amparo nos acogemos

"Virgen María de Guadalupe, dulce Señora y Madre nuestra, nos volvemos a ti para agradecerte de todo corazón que hayas querido que la canonización de tu fiel servidor, Juan Diego, "el más pequeño de tus hijos", haya sido aquí, en tu "casita sagrada" del Tepeyac.

"Madre, te pedimos fervientemente que esta canonización sirva para para impulsar la Nueva Evangelización en toda América y en el mundo entero. Que Juan Diego, a quien podemos ya venerar como santo, sea un verdadero modelo de vida cristiana para "todos los moradores de estas tierras y demás amadores tuyos que invocan tu nombre".

Súplica a la Virgen de Guadalupe, pronunciada por el Santo Padre durante la Misa de Canonización de San Juan Diego el 31 de julio, 2002 

Fuente:
Vatican News /ACI Prensa/EWTN
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