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El Papa con los descartados de la sociedad: enfermos terminales y los presos

19 de febrero de 2016
El Papa con los descartados de la sociedad: enfermos terminales y los presos

El Papa con los descartados de la sociedad: enfermos terminales y los presos

Al despedirse de México, el Papa Francisco citó un conocido poema de Octavio Paz: “Soy hombre: duro poco / y es enorme la noche. / Pero miro hacia arriba: / las estrellas me escriben. / Sin entender comprendo: / también soy escritura / y en este mismo instante / alguien me deletrea”. Francisco glosó: “Tomando estas bellas palabras, me atrevo a sugerir que aquello que nos deletrea y nos marca el camino es la presencia misteriosa pero real de Dios en la carne concreta de todas las personas, especialmente de las más pobres y necesitadas de México. La noche nos puede parecer enorme y muy oscura, pero en estos días he podido constatar que en este pueblo existen muchas luces que anuncian la esperanza”.

 

“Prefiero una familia con rostro cansado por la entrega a una familia con rostros maquillados, que no han sabido de ternura y compasión”

En sus primeros días, había visitado en el Tepeyac a la gran deletreadora de la identidad mexicana. Francisco parecía repetir el mismo estribillo: no dejarse robar la esperanza, animarse a edificar el futuro a partir de la experiencia Guadalupana. Es decir, si México re-aprendía a ver a la Señora de Guadalupe, entonces podría verse del modo en que ella lo ve: con un cariño que alienta a la acción por edificar una nueva civilización.

 

La sensibilidad indígena

 

El lunes 15, Francisco se encontró en San Cristóbal de las Casas (Chiapas) con el rostro más indígena de México. Ahí el Papa dijo: “En el corazón del hombre y en la memoria de muchos de nuestros pueblos está inscrito el anhelo de una tierra, de un tiempo donde la desvalorización sea superada por la fraternidad, la injusticia sea vencida por la solidaridad y la violencia sea callada por la paz”.

 

En su homilía, Francisco reconocía los aportes de la cultura indígena a la edificicación nacional, y recordaba a los no indígenas que su futuro no se puede realizar sin el reconocimiento y presencia de esa sensibilidad autóctona: “¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!, ¡perdón, hermanos! El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita”.

 

El encuentro con las familias, en Tuxtla Gutiérrez, parecía repetir el mismo guion: afinar la mirada, para recuperar la esperanza y lanzarse a edificar el futuro. En uno de los testimonios, un joven enfermo utilizó la expresión “echarle ganas”. Al Papa le gustó esta expresión, pues “el Espíritu Santo siempre quiere hacerlo en medio nuestro: echarnos ganas, regalarnos motivos para seguir apostando a la familia, soñando, construyendo una vida que tenga sabor a hogar y a familia. ¿Le echamos ganas?”.

 

Para vencer la soledad y el aislamiento, que envenenan la vida familiar, dijo: “Prefiero una familia herida, que intenta todos los días conjugar el amor, a una familia y sociedad enferma por el encierro o la comodidad del miedo a amar. Prefiero una familia que una y otra vez intenta volver a empezar, a una familia y sociedad narcisista y obsesionada por el lujo y el confort. […] Prefiero una familia con rostro cansado por la entrega a una familia con rostros maquillados, que no han sabido de ternura y compasión”.

 

Renovar la mirada interior

 

Al día siguiente, en Morelia, sugirió a sacerdotes, religiosos y consagrados, renovar la mirada interior a partir de la oración. Para la ceremonia, el Papa utilizó el báculo y el cáliz de Tata Vasco, el “español que se hizo indio”: Vasco de Quiroga, primer obispo de Morelia. En efecto, dijo Francisco: “La realidad que vivían los indios purhépechas descritos por [Vasco] como ‘vendidos, vejados y vagabundos por los mercados, recogiendo las arrebañaduras tiradas por los suelos’, lejos de llevarlo a la tentación y de la acedia de la resignación, movió su fe, movió su vida, movió su compasión y lo impulsó a realizar diversas propuestas que fuesen de ‘respiro’ ante esta realidad tan paralizante e injusta. El dolor del sufrimiento de sus hermanos se hizo oración y la oración se hizo respuesta. Y eso le ganó el nombre entre los indios del ‘Tata Vasco’, que en lengua purhépecha significa: Papá. Padre, Papá, Tata, Abba”.

 

En Ciudad Juárez, Francisco rezó en la frontera por los migrantes que ejemplifican los “descartados” a los que alude con frecuencia

Por la tarde, Francisco se encontró con jóvenes. Ahí señaló que la riqueza de México es su juventud, pero que como toda riqueza debía convertirse en esperanza con el trabajo: Sin embargo, “entiendo que muchas veces se vuelve difícil sentirse la riqueza cuando nos vemos continuamente expuestos a la pérdida de amigos o de familiares en manos del narcotráfico, de las drogas, de organizaciones criminales que siembran el terror”. Animó a encontrar en Jesucristo, la esperanza que no defrauda: “Es de su mano que podamos hacer camino, es de su mano que una y otra vez podamos volver a empezar, es de su mano que podamos decir […] Jesús, el que nos da la esperanza, nunca nos invitaría a ser sicarios, sino que nos llama discípulos”.

 

Misa binacional

 

En el último día de su visita pastoral, el papa Francisco cumplió un sueño: ir a Ciudad Juárez y rezar en la frontera por los miles de migrantes que en esa frontera, y en el mundo, se han jugado la vida y que ejemplifican los descartados a los que alude con frencuencia el Papa. Por motivos de seguridad y logística, se eligió un lugar en el que el cauce del Río Bravo separa a Estados Unidos y a México. Ahí se colocó una cruz de siete metros de altura, con la imagen de la huída a Egipto de la Sagrada Familia. Desde la base de la cruz, podía verse, a unos 50 metros, a un grupo de 200 migrantes que desde Texas, seguirían la Misa final del Papa; un poco más lejos, en un estadio universitario, varios miles de personas siguieron también la ceremonia litúrgica.

 

Pero antes de este evento, Francisco visitó una prisión donde dijo, entre otras cosas, “La misericordia divina nos recuerda que las cárceles son un síntoma de cómo estamos en sociedad, son un síntoma en muchos casos de silencios y de omisiones que han provocado una cultura del descarte. Son un síntoma de una cultura que ha dejado de apostar por la vida; de una sociedad que poco a poco ha ido abandonando a sus hijos”.

 

Más de 100 millones de personas vieron por televisión las retransmisiones de los eventos papales

Después, en un encuentro con personas del mundo del trabajo, recordó que la doctrina social de la Iglesia es exigente, porque así lo demanda la dignidad de la persona. Por eso, los invitó a que no sea la utilidad la única lógica con la que se juzga el ámbito laboral: “Quiero invitarlos a soñar, a soñar en un México donde el papá pueda tener tiempo para jugar con su hijo, donde la mamá pueda tener tiempo para jugar con sus hijos”.

 

Al final, antes de comenzar la Misa, rezó cerca de tres minutos ante la cruz del migrante para luego bendecir a quienes estaban del otro lado de la frontera. En su homilía, denunció con fuerza la estructura social que facilita esta “crisis humanitaria”, por falta de leyes apropiadas, oportunidades de empleo, narcotráfico o violencia en sus países de origen: “Aquí en Ciudad Juárez, como en otras zonas fronterizas, se concentran miles de migrantes de Centroamérica y otros países, sin olvidar tantos mexicanos que también buscan pasar ‘al otro lado’. Un paso, un camino cargado de terribles injusticias: esclavizados, secuestrados, extorsionados, muchos hermanos nuestros son fruto del negocio del tránsito humano, del tráfico de personas.

 

“No podemos negar la crisis humanitaria que en los últimos años ha significado la migración de miles de personas, ya sea por tren, por carretera e incluso a pie, atravesando cientos de kilómetros por montañas, desiertos, caminos inhóspitos. […] No solo sufren la pobreza sino que encima sufren estas formas de violencia. […] Injusticia que se radicaliza en los jóvenes, ellos, ‘carne de cañón’, son perseguidos y amenazados cuando tratan de salir de la espiral de violencia y del infierno de las drogas. ¡Y qué decir de tantas mujeres a quienes se les ha arrebatado injustamente la vida!”

 

Pero, sobre todo, su homilía se centró no en la denuncia de la estructura –que existe y es injusta– sino en la conversión del corazón, en el don de las lágrimas, gracias a la cual se puede “llorar por la degradación, llorar por la opresión. Son las lágrimas las que pueden darle paso a la transformación, son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón, son las lágrimas las que pueden purificar la mirada”.

 

Un pueblo con esperanza

 

Según cifras de las televisoras, más de 100 millones de personas vieron las transmisiones de los eventos papales. En el país se siguió con atención sus pasos. Varios millones se encontraron con él en las calles. Francisco se refirió a ellos: “Cuando pasaba levantaban sus hijos, me los mostraban. Son el futuro de México, cuidémoslos, amémoslos. Esos chicos son profetas del mañana, son signo de un nuevo amanecer. Les aseguro que por ahí en algún momento sentía como ganas de llorar al ver tanta esperanza en un pueblo tan sufrido”.

 

 

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