Domingo de la Divina Misericordia
“En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros”.
El 23 de mayo de ese mismo año, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, siguiendo las indicaciones del Papa, publicó el decreto en el que se establece, la fiesta de la Divina Misericordia, que tendrá lugar el segundo domingo de Pascua.
En las revelaciones sobre la Divina Misericordia que hizo a Santa Faustina, Jesús le pidió en varias ocasiones que se dedicara una fiesta a la Divina Misericordia, y que fuera el domingo siguiente a Pascua.
Al respecto, en 1936, Jesús dijo a Santa Faustina:
Hija Mía, habla al mundo entero de la inconcebible misericordia Mía. Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de Mi misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas. En ese día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata. Mi misericordia es tan grande que en toda la eternidad no la penetrará ningún intelecto humano ni angélico. Todo lo que existe ha salido de las entrañas de Mi misericordia. Cada alma respecto a mi, por toda la eternidad meditará Mi amor y Mi misericordia. La Fiesta de la Misericordia ha salido de Mis entrañas , deseo que se celebre solemnemente el primer domingo después de Pascua. La humanidad no conocerá paz hasta que no se dirija a la Fuente de Mi misericordia”. (Diario 699).
Y también: Quiero que la imagen sea bendecida solemnemente el primer domingo después de Pascua y que se la venere públicamente para que cada alma pueda saber de ella. (Diario, 341). Cabe citar también el pedido del Señor a expresar el culto de un modo práctico con la caridad:
Sí, el primer domingo después de Pascua es la Fiesta de la Misericordia, pero también debe estar presente la acción y pido se rinda culto a Mi misericordia con la solemne celebración de esta Fiesta y con el culto a la imagen que ha sido pintada. […] ella ha de recordar a los hombres las exigencias de Mi misericordia, porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil. (Diario 742)
"Por sus llagas hemos sido curados" (1 Pe 2,24) “No quiero castigar a la humanidad doliente, sino que deseo sanarla, abrazarla a Mi Corazón Misericordioso” (Diario, 1588).
Para estos tiempos difíciles de la humanidad es adecuado profundizar en el alto significado de las llagas del Señor. Para los discípulos fueron señal de su amor al extremo y de su victoria sobre el mal, sobre el pecado, sobre la muerte. Fortalecidos con la contemplación de sus llagas fueron capaces de enfrentar las adversidades y asumir la cruz y tocar las heridas del prójimo.
Quien contempla las llagas de Cristo puede entender la misericordia manifestada por el Buen samaritano que se compadece ante el hombre tendido en el camino y se acerca para limpiar y cubrir sus heridas así sabiéndose “misericordiado” apresurar su paso para extender sus manos al herido y “misericordiarlo” (cfr Diario 163).
El Papa Francisco, desde el inicio de su pontificado y previamente como cardenal de su ciudad Buenos Aires ha estado muy ligado a la Fiesta de la Misericordia. Su pontificado marcado con el sello de la Misericordia da muchas luces a nuestra espiritualidad. Y precisamente una idea eje que ha tenido en su predicación ha sido el valor salvífico y sanador de las preciosas llagas del Señor.
Como Casa de la Misericordia deseamos en este momento particular de la historia de la Iglesia y de la humanidad, animar a los hermanos a asumir que es urgente volver a acercarnos con gran confianza al Corazón de Jesús, que quiere colmarnos con la abundancia de sus gracias. Reafirmarnos en la certeza que solo en la Divina Misericordia encontraremos la paz que nuestro corazón tanto desea. En medio de un mundo oscurecido por las sombras de la confusión, la mentira y la muerte, nos urge como discípulos acercarnos a Jesús que es “Camino, Verdad y Vida” y como Misioneros ser respuesta a las necesidades de una humanidad que “Gime y sufre con dolores como de parto, esperando la manifestación de los hijos de Dios”.
El gran obispo san Agustín de Hipona, enseña que: “El camino del cristiano se hace amando y perdonando”. La celebración del Gran domingo de la Divina Misericordia, es una oportunidad para experimentar lo que nos enseña nuestra hermana mayor santa Faustina: “Con un ojo miro mi miseria, pero con el otro miro tu gran Misericordia” (DSF). Reconocemos que somos pecadores, pero con la alegría de reconocernos redimidos con la Sangre del Verbo Encarnado cuya Resurrección gloriosa estaremos celebrando.
Con profunda preocupación vemos como persiste en muchos hermanos el sentimiento de orfandad; mientras la mundanidad nos adormece, el enemigo lanza en nuestro corazón la cizaña para hacernos sentir olvidados por Dios. Desde los inicios en nuestra Comunidad ha sido nuestro gran deseo ayudar a los bautizados a redescubrir y asumir su más auténtica identidad: Hijos muy amados del Padre Misericordioso.
Quien ha experimentado la alegría del encuentro personal con Jesús, se hace instrumento de bendición para sus hermanos. La Misión es la razón de ser de la Iglesia, pero para ser misionero es indispensable haber vivido un auténtico encuentro personal con Cristo, el cual se renueva cada día mediante el encuentro orante con la Divina Palabra como lo proponemos en nuestro Camino Diario de Oración Personal, encuentro que prepara el corazón para la vivencia plena de los Sacramentos.
Con particular júbilo y gratitud, estaremos unidos a las intenciones de nuestra Iglesia para celebrar el II Domingo de Pascua, “el compendio de los días de la Misericordia” como afirma San Agustín.Con esta celebración estamos cerrando la Octava de Pascua, el gran Domingo en que celebramos el triunfo de Cristo sobre la muerte y el pecado.
Tal como lo estableció san Juan Pablo II, este día, desde el año jubilar 2000, lleva oficialmente por título “Domingo de la Divina Misericordia”, y, por su disposición se encuentra oficialmente enriquecido con la Indulgencia Plenaria, en respuesta a los actos de culto que hoy se rindan a la Misericordia de Dios.
Con estas disposiciones, san Juan Pablo II acogió generosamente el deseo manifestado por Nuestro Señor Jesucristo a Santa Faustina Kowalska, en su revelación el 22 de febrero de 1931, solicitando que el segundo Domingo de Pascua se dedicara de manera especial al misterio de la inconcebible Misericordia de Dios. (cfr. Diario 49).
¡Qué esta celebración sea para nosotros, y para el mundo entero, fuente de innumerables gracias brotadas de las entrañas de la Misericordia de Dios!
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