Durante la fiesta de Pascua, en primavera, se congregaban en Jerusalén miles de peregrinos venidos del resto del país y de los judíos dispersos por otros países. El ambiente de la ciudad por esos días era de efervescencia nacionalista y llamativa alegría.
La “Pascua” era la fiesta judía por excelencia, era la conmemoración anual de la liberación del pueblo de la esclavitud egipcia. Su celebración ponía al rojo vivo las expectativas políticas del pueblo, sus ansias de liberación y su esperanza por la llegada del Mesías. Era una ocasión apta para movilizaciones populares de todo tipo.
Jesús era muy consciente de este clima, y aprovechó la ocasión que se le presentaba para realizar un importante gesto profético en el mismo centro del bastión político/religioso de sus enemigos, en Jerusalén, y en su mismo corazón, que era el templo.
Los hechos que narra el evangelio de este “Domingo de Ramos” fueron, sin duda, una auténtica manifestación popular, masiva y enardecida, en la que se mezclaban los más profundos sentimientos religiosos de la fe del pueblo en Dios liberador y su Mesías, con los sentimientos nacionalistas y políticos de los más diversos signos. No se trata, pues, de una procesión ordenada, con palmas que se agitan pacíficamente al ritmo de cánticos religiosos. Aquello fue un verdadero tumulto popular.
El relato de San Lucas nos ofrece unan imagen del Mesías humilde y pacífico. Jesús hace su entrada en Jerusalén, no con el aire triunfal de un vencedor, sino con la sencillez del Rey/Mesías, que viene a servir.
¡Viene a servir y a salvar! Nos dejará su cuerpo y su sangre como alimento: institución de la eucaristía. Será condenado y morirá en una cruz por todos nosotros, pero resucitará al tercer día. Sus discípulos serán sus testigos. Es la celebración del misterio pascual. Al morir destruyó nuestra muerte y al resucitar restauró la vida: ¡Aleluya!
Hay colombianos que se han distanciado de la fe en Dios y del cumplimiento de su ley; han abandonado la religión de su infancia. No celebran estos días santos: ni la eucaristía, ni la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús. Oremos por ellos.
P. Carlos Marín G.
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