¿Creen ustedes, hermanos, que Jesús enseñaba, servía, curaba, amaba, solo a los judíos? Vean ustedes que no. San Mateo nos lo cuenta.
Una mujer cananea, gritando, por tres veces pide a Jesús, Hijo de David y Señor, que tenga compasión de ella, que la socorra, y lo adora como Dios. Ella es pagana, pero tiene fe, algo que es necesario cada vez que uno quiere que se manifiesten los signos del Reino de los cielos: Los milagros.
Es una mujer que no pertenece al pueblo elegido; está sola, su nombre no se conoce. Proviene del pueblo de los cananeos que tanto había luchado contra Israel, pero su fe es grande, está por encima de toda discriminación étnica, política o religiosa; por eso sale al encuentro con Jesús, “su hija tiene un demonio muy malo”. Ni ante el silencio de Jesús ni ante la molestia de los discípulos deja de gritar: ¡Señor, socórreme!
A la respuesta de Jesús, esta mujer habla así: “Los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Con estas palabras se muestra convencida de que ningún pueblo, ninguna persona, ninguna mujer, está excluida de la salvación que Jesús trae a la tierra, y esa fe suya, la lleva a pedirle a Jesús el don la curación de su hija.
A Jesús lo conmueve la pena de aquella madre que lucha por su hija, y admira la fe que tiene: “Mujer, qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”.
Al orar de esa manera esta mujer pagana nos da una lección: reconocer, desde la verdad y la humildad de nuestro ser, la grandeza de Dios. De esa mujer debemos aprender a pedir, a llorar, a gritar, a insistir ante Dios dialogando con Él, abriéndole el corazón.
¿Qué tan firme, qué tan grande es, hermanos, nuestra fe en la misericordia de Dios? Escuchen esto: Un padre tenía hijo enfermo; los discípulos no pudieron curarlo; entonces acudió a Jesús pidiéndole que Él lo curara. ¿Por qué no pudieron curarlo? He aquí la respuesta de Jesús: “Por vuestra poca fe”. Y agregó: “Si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a ese monte: Desplázate de aquí allá, y se desplazaría, y nada os será imposible”. Mateo. 17, 14-21.
Entre nosotros hay muchos hermanos que sufren tanto en el alma como en el cuerpo; ¿tenemos nosotros, sacerdotes y fieles cristianos fe grande, siquiera como un grano de mostaza, para orar por ellos?
El Evangelio que proclamamos este domingo nos invita a examinarnos sore la firmeza de nuestra fe. Es vital en la vivencia del Evangelio y en nuestro testimonio de vida y acción pastoral.
Padre Carlos Marin G.
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