LITURGIA Septiembre17La gracia recibida para el después del ‘primer paso’
En el texto del evangelio del domingo anterior Jesús expuso la manera como un discípulo debe obrar en el caso de verse afectado por el mal proceder de algún hermano: la …
A la pregunta del discípulo, Jesús responde, en primer lugar, diciendo que el perdón debe sobreponerse siempre a la venganza. En el trasfondo de la pregunta de Pedro está, no sin ironía, la situación de la venganza de Caín narrada en el libro del Génesis, allí leemos que «el que mate a Caín lo pagará multiplicado por siete» (4, 15). La respuesta a la pregunta de Pedro se elabora con un juego de palabras (o cifras) que Jesús retoma del lamento de Lámec ‒descendiente de Caín‒ en la misma página del Génesis: «Si la venganza de Caín valía por siete, la de Lámec valdrá por setenta y siete» (4, 24).
En segundo lugar, mediante una parábola, Jesús amplía su respuesta sobre el perdón que se sobrepone a la venganza. Aquí hay un cambio importante, pasamos de las cifras a la manera, nos desplazamos del ‘cuánto’ al ‘cómo’. El discípulo ha preguntado ‘cuánto’, ahora el Maestro responde ‘cómo’.
Para ello Jesús propone una parábola que busca explicar cómo el Padre del cielo perdona: «En cuanto al perdón, el Padre celestial ejerce su poder como…» Por el contexto inmediato ‒las cifras 7 y 77‒, esperamos que la parábola nos aclare cómo el perdón lleva a romper la cadena de venganza.
En la tarea de interpretar la enseñanza de la parábola comencemos por la incomprensión que nos deja el desdecirse o anular el perdón.
Veamos: la aplicación de historia referida por Jesús mismo, ‒«Pues lo mismo hará mi Padre celestial»‒ nos resulta chocante, el Padre celestial –representado por el rey que pide cuentas– ha perdonado a un funcionario que le debía, pero más tarde se desdice de ese perdón y termina entregando aquel funcionario a los verdugos hasta que pague toda la deuda. Esto nos hace dudar: ¿es que Dios perdona y luego anula ese perdón?, ¿acaso el perdón de Dios no es para siempre?
Al querer despejar estas dudas llegamos a entender el perdón como algo más que saldar cuentas por una especie de amnistía u olvido. Desde este contexto, el evangelio de la Misa de hoy nos impulsa a sacar el perdón del ámbito de la contabilidad ‒cuánto‒ para comprenderlo como un don –como una gracia– que rehabilita al pecador.
La parábola que narra Jesús presenta el perdón como una gracia, como un regalo, como un don que brota de la gratuidad de Dios: «Yo te perdoné toda aquella deuda, porque tú me lo suplicaste». Para el beneficiario –el pecador– el perdón es un don o una gracia que éste puede no recibir o bien, acoger con agradecimiento.
En este contexto el ‘agradecimiento’ consiste en algo mucho más que cortesía o palabras de satisfacción; recibir ‘con agradecimiento’ es asumir existencialmente el don, es vivir a partir de aquel don o gracia, es apropiarse del don. Recibir con agradecimiento quiere decir incorporar dentro de la propia vida el don o la gracia que se ha recibido, es utilizarla, hacerla servir en aquello para lo cual ha sido concebida. Y la gracia como es precisamente gracia, escapa de la contabilidad.
El pecador, al recibir ‘con agradecimiento’ la gracia del perdón comienza a vivir de esta misma gracia. Cuando el hombre vive y asume auténticamente la gracia, principia a vivir la vida de Dios, principia a ser misericordioso, comienza a tener el mismo pensamiento de Cristo (véase 1Corintios
2, 16), a sentir con los mismos sentimientos de Cristo (véase Filipenses 2, 5). De modo que recibir la gracia del perdón, mucho más que la cancelación de una deuda, implica la rehabilitación del pecador de tal forma que éste empieza a llevar una vida como la de Cristo.
En otras palabras, la historia narrada por Jesús presenta el drama de un funcionario que no recibe ‘con agradecimiento’ el perdón sino simplemente como amnistía. Desde esta perspectiva, la parábola responde a la pregunta irónica de Pedro invitando a sacar el perdón del terreno de la contabilidad ‒cuánto‒ para comprenderlo desde la gracia que rehabilita al ser humano capacitándolo para actuar como Dios mismo: «¿No era lógico que tú también tuvieras compasión como yo la tuve de ti?».
Lo que hemos dado en llamar en ‘Gran giro’ que está a la base de los retos que nos plantea la Nueva Evangelización, en este campo, está significando dejar de proponer y vivir la relación con Dios en términos contables según aquel dicho ‘quien peca y reza, empata’. Vivir con madurez la vida cristiana significa vivir del amor misericordioso de Dios que nos va trasformando cada día en imágenes más diáfanas de hijos de Dios.
Pensamos que se impone como una necesidad asumir la vida cristiana como expresión existencial de la gracia recibida, esta actitud puede ser la continuación de un primer paso dado en la línea del servicio evangelizador que ofrece la Iglesia a una sociedad que cada vez más habla y está dispuesta a vivir el posconflicto.
Fuente Disminuir
Fuente