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LITURGIA Junio 28 Buscar la ‘vida’

25 de junio de 2020
LITURGIA Junio 28 Buscar la ‘vida’

Con un par de recomendaciones de Jesús, concluimos en este domingo la lectura del sermón a los discípulos. Con realismo, en este sermón, Jesús viene advirtiendo sobre…

Paralelamente a la lectura del relato del evangelio según san Mateo, en la segunda lectura de la misa venimos siguiendo el texto de la Carta del apóstol san Pablo a los Romanos, en el pasaje que leemos en este domingo (Romanos 6, 3-4.8-11) el autor presenta el bautismo como el inicio de la vida cristiana. Refiriéndose al rito sacramental, san Pablo explica que por el bautismo el cristiano es sumergido en el sepulcro junto a Cristo «para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva», una vida como la de Cristo resucitado.

A partir de la explicación simbólica de la inmersión del bautismo, el Apóstol presenta la vida de seguimiento como la fructificación de la resurrección de Jesucristo, por la gracia del sacramento el discípulo se va apropiando del don de la vida nueva a través del ejercicio de la libertad expresado en una existencia emancipada del dominio de los criterios del mundo. Esta manifestación de la existencia cristiana contrastada con el mundo es también el contenido de la última recomendación de Jesús a los discípulos en el sermón que concluimos hoy.

El evangelio de la misa de este domingo (Mateo 10, 37-42) lo podemos dividir en tres partes, en la primera Jesús habla de los conflictos que pueden sobrevenir al discípulo por el seguimiento, en la segunda presenta la condición para iniciar el seguimiento y en la parte final anuncia la promesa de salvación a quien acoge a los enviados.

Respecto a los conflictos sobrevinientes, Jesús expresa que la lealtad a la familia en alguna ocasión pudiera plantear una disyuntiva al discípulo con el consiguiente tropiezo para el seguimiento del Maestro. En tal eventualidad, el discípulo ha de estar presto a definirse por el Evangelio. La frase «no es digno de mí» nos lleva a pensar en la escatología (el final de la historia, el encuentro definitivo con el Señor) y a partir de ello a comprender la vida cristiana más que como perfección, como camino que tiene su punto de llegada en Dios.

La segunda parte del evangelio de este domingo desarrolla la experiencia de vida cristiana precisamente como camino: «El que no carga su cruz y me sigue, no es digno de mí». Se comienza a hacer camino aceptando la invitación a cada uno a ‘cargar su cruz’; el adjetivo posesivo ‘su’ está indicando que hay cruz para cada uno y, en consecuencia, que la cruz le viene a la persona, por tanto, no es algo que hay que mandar a hacer, sino más bien estar dispuesto a recibir.

El camino de la vida cristiana principia recibiendo la cruz, esto es, tomando conciencia y aceptando. En la época de Jesús (y cuando se escribió el relato del evangelio) la cruz era la manera como el imperio Romano señalaba y ajusticiaba a quienes se oponían al statu quo (orden establecido), de forma que la cruz es marca, es señal de quien se ha atrevido a distanciarse de lo que hoy llamamos ‘lo políticamente correcto’.

Cargar la cruz es correr con el riesgo que implica haberse atrevido a orientar la propia existencia según el estilo de vida que Jesús propone en el Evangelio; lejos de aceptar todo lo que sucede, es una forma de vida activa en contraste con el mundo.

A continuación, Jesús explica lo que se pudiera entender como punto de llegada del camino del discipulado: la vida. Pero este es un concepto amplio, que es preciso aclarar. Jesús se refiere a la

vida en términos de encontrar/perder. Estos términos nos hacen pensar en una búsqueda. «El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará».

En estas dos frases, el verbo ‘encontrar’, traduce el griego ‘eurisko’, que indica la acción de buscar (de ahí ‘heurística’), hallar, inventar. De ahí que podemos comprender la afirmación del evangelio en el sentido de que quien se dedica a buscar ‘su’ vida, la echará a perder; por el contrario, quien la emplea en el seguimiento de Jesús, la hallará. Según esto ‘vida’ es algo que uno no puede proporcionarse a sí mismo, sino solo recibir.

Desde esta perspectiva el texto del evangelio nos permite entender la vida como un bien único e indivisible que Dios regala al ser humano. La vida de la que se habla aquí como don de Dios no consiste en lo que el hombre desea sino en lo que Dios le está ofreciendo al ser humano en la medida en que este se entregue al proyecto de Dios.

En la tercera parte del evangelio de este domingo tenemos la promesa de salvación a quienes acogen a los enviados de Jesús. El texto invita a considerar la desproporción entre la ayuda prestada y el beneficio recibido: un vaso de agua ofrecido a un pequeño discípulo y el don de la plenitud de vida.

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