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LITURGIA Julio 19 Acudir a la fuerza es signo de debilidad y de miedo

18 de julio de 2020
Liturgia
En el evangelio de la misa del domingo pasado iniciamos la lectura del sermón en parábolas del relato según San Mateo.

En el texto que leímos hace ocho días se nos ofreció, además de la introducción, la justificación de esta forma de enseñanza de Jesús y la clave para alcanzar la hondura del mensaje.

Recordemos que el auditorio de Jesús se dividió en dos grupos, de una parte, están las personas que desde la playa escuchan a Jesús y, de otra, están los discípulos que lo acompañan en la barca. A ‘ellos’ ‒los que oyen desde la playa‒ Jesús les habla en parábolas, mientras que a los discípulos les explica los secretos del Reino.

Entendemos que, más que tratarse de exponer el mensaje a través de historias de la vida cotidiana, el recurso de las parábolas responde a una estrategia de Jesús que nos impulsa a querer ser discípulos para acceder, de esta manera, a los secretos del Reino. Es necesario hacerse seguidor del Maestro (discípulo) para captar los misterios del Reino.

En el texto del relato de Mateo que continuamos leyendo este domingo (Mateo 13, 24-43) encontramos la narración de tres historias o parábolas; Jesús inicia cada una de estas historias proponiéndolas como comparación (en el texto griego ‘homoía’) para dar a conocer qué sucede con el Reino.

Cada historia narra el desarrollo de una acción, es decir, que, partiendo de una circunstancia inicial, la historia nos lleva una condición nueva. Esta estructura nos hace pensar en el Reino como un proyecto que se está desarrollando en la historia. Es lo que podemos llamar la dimensión histórica del Reino o de la salvación que Dios nos ofrece en Jesucristo. Las parábolas nos impulsan a comprender cómo Dios está realizando su proyecto de salvación en la historia personal y comunitaria de los discípulos.

Cuando Jesús acude a estas comparaciones para explicar cómo Dios(Padre) está llevando a cabo en el mundo el proyecto de salvación, percibimos al mismo tiempo la manera como Jesús entiende su actuar en medio de nosotros.

En este sentido las parábolas nos desentrañan la acción evangelizadora de Jesús al tiempo que nos esclarecen las condiciones para acoger el misterio que solo les es dado a conocer a los discípulos. Por eso en estas comparaciones hemos de reconocer la manera como se continúa hoy la misión de Jesús por medio de la Iglesia. Desde esta perspectiva asomémonos a las tres parábolas del evangelio de la misa de hoy.

En la primera comparación, la historia de la semilla buena y la mala hierba ‒trigo y cizaña‒ se construye a partir de cuatro elementos: la siembra, la buena semilla, el campo y la mala hierba; en nuestro interés por descubrir en ello la misión de Jesús –y de la Iglesia– bien podemos entender respectivamente la misión (siembra), el Reino (buena semilla), el mundo (campo) y la resistencia al proyecto del Reino (mala hierba).

El momento crítico de la historia se presenta con la inesperada respuesta del patrón a la iniciativa de los trabajadores para eliminar la mala hierba: «Déjenlos crecer juntos hasta la siega». Los obreros –nosotros, formados en una situación de ‘cristiandad’– posiblemente nos imaginamos el Reino como la fuerza absoluta y soberana de Dios imponiéndose sobre los que piensan diferente, persiguiendo hasta el último rincón a los que consideramos pecadores para crear una comunidad pura de santos.

Pero el proyecto del Reino se está realizando en el mundo de otra manera. En este punto resuena el eco de la primera lectura (Sabiduría 12, 13.16-19): «tu fuerza es el principio de la justicia y tu señorío sobre todo te hace ser indulgente con todos. (…) Enseñaste a tu pueblo que el justo debe

ser humano y diste a tus hijos una buena esperanza, pues concedes el arrepentimiento a los pecadores». La fuerza es signo de debilidad y miedo.

La historia de la buena semilla y la mala hierba hay que leerla junto a las dos historias siguientes, so pena de considerar a la Iglesia como una ‘secta de puros’. El Reino hoy no puede ser considerado como lo totalmente diferente al mundo, pues la misión de Jesús –y de la Iglesia– consiste en hacer presente el Reino precisamente transformando el mundo. Las otras dos parábolas (la semilla de mostaza y la levadura) revelan la manera como Jesús entiende que se implanta el Reino en el mundo y lo transforma.

La semilla minúscula de mostaza que un hombre siembra se desarrolla hasta llegar a ser un árbol. La desproporción entre un inicio casi imperceptible y un futuro incontrovertible nos hace pensar que el Reino no es algo que nosotros calculamos o nos imaginamos. De otra parte, la historia de la levadura que se oculta (en griego ‘eg-krypto’, se ‘encripta’) en la masa y realiza un trabajo sin parar a fin de fermentarlo todo nos lleva a comprender el dinamismo del Reino.

En las dos breves parábolas, el trabajo de un hombre sembrando una semilla pequeña y de una mujer ‘encriptando’ fermento (o levadura) reconocemos junto con la decisión irrevocable del proyecto de Dios, la misión, primero de Jesús y luego de la Iglesia, de hacer presente el Reino en el mundo.

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