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LITURGIA Agosto 16 - Saciarnos con la comida de la mesa del amo

14 de agosto de 2020
Jesús
El evangelista sitúa el episodio de este domingo (Mateo 15, 21-28) fuera de las fronteras de Israel, en la región de Tiro y Sidón.

En el conjunto de la secuencia de nuestra lectura del relato de Mateo en la misa dominical, después de las parábolas que exponen el proyecto del Reino de los cielos, los episodios que venimos leyendo a continuación llegan a mostrar cómo este proyecto se desarrolla en la historia, no sin dificultades. Desde esta perspectiva, el encuentro de la mujer cananea con Jesús nos impulsa a reconocer cómo el Reino florece más allá de las fronteras étnicas de Israel.

El domingo pasado nos encontrábamos con una escena que nosotros aquí propusimos como una catequesis sobre la fe que engendra en el discípulo la vida de Dios, el episodio que leemos hoy nos lleva a descubrir otro aspecto de la fe como aquel don de Dios mediante el cual él atrae hacia sí y dispone al ser humano para acoger el Reino en su historia personal.

El evangelista sitúa el episodio de este domingo (Mateo 15, 21-28) fuera de las fronteras de Israel, en la región de Tiro y Sidón. En los días del Antiguo Testamento estos pueblos representaron para los israelitas el peligro de contaminación del culto y hasta el abandono de la fe. Ahora, una mujer de esos lugares sale al encuentro de Jesús exponiendo a gritos su desdicha: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».

En el grito de la mujer se expresan dos confesiones importantes. En primer lugar, que la salvación llega a la humanidad por medio de Israel, más en concreto, a través del Hijo de David, el Mesías de Israel; en segundo lugar, con su súplica, la mujer está reconociendo que Jesús tiene poder para liberar al hombre sometido por el mal.

Al hacer estas dos confesiones, la mujer cananea nos permite reconocer el cumplimiento del anuncio sobre el amor universal de Dios que escuchamos en la primera lectura (Isaías 56, 1.6-7): «A los extranjeros (…) los traeré a mi monte santo». Dios viene preparando a todos los hombres y mujeres para reconocer y acoger su llamada universal a través de Jesucristo.

Sorprenden la indiferencia y el silencio inicial de Jesús a la súplica de la mujer; los discípulos parecen sumarse a este desinterés con una frase que nos recuerda el episodio de los panes: ‘Despide a la gente’. Aquí, como en el episodio de los panes, los discípulos buscan sosiego. Más que un real interés por la situación de la mujer y el drama de su hija, los discípulos quieren ‘quitarse de encima’ una situación que los perturba: ‘Atiéndela para que se vaya y no nos fastidie más’.

En la respuesta a la estrategia propuesta por los discípulos, Jesús nos deja ver su consciencia como enviado por parte de Dios para congregar al pueblo de Israel. Hasta aquí el diálogo ha sido solo entre Jesús y sus discípulos.

Pero la mujer insiste, y ahora está postrada delante de Jesús formulándole su súplica, de modo que el Maestro se ve exigido a responderle directamente. En este diálogo entre la mujer y Jesús está el contenido central del evangelio de la misa de este domingo.

Comencemos por la respuesta de Jesús. La comparación hijos / perritos sin más, suena dura y hasta ofensiva para con la dignidad de las personas, pero la intención central del texto es diferenciar dos alimentos: hay un pan para los hijos y hay otro pan para los perros. Esto es que hay diferente alimento para los israelitas y para los no judíos.

¿Qué se está queriendo decir con esta diferencia de comida? La mención de dos tipos de alimento nos impulsa a pensar que la auténtica evangelización implica necesariamente encarnación. Partimos del hecho de encontrar y reconocer en Jesucristo al salvador de toda la humanidad, en Él hallamos respuesta plena y suficiente a todos los anhelos y esperanzas del ser humano, pero esta realidad de salvación universal se ha de encarnar en la realidad de cada destinatario, en cada historia personal.

Así como hay personas que se alimentan con determinados alimentos y otras con otro tipo de viandas, el proyecto del Reino va adquiriendo matices, realizaciones y expresiones propias en cada circunstancia social y personal, en cada tiempo histórico y en cada región.

Ahora fijémonos en la respuesta de la mujer: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». En primer lugar, la mujer cananea asume la diferencia de alimentos y de allí conduce el tema hacia una situación de otro orden. La mujer pasa de la diferencia de alimento para judíos y no judíos a la consideración de la fuente de todo alimento: la mesa de los amos. La cananea ya no habla de la comida para los hijos y la comida para los perritos, sino que pide ser socorrida por Jesús con la comida de la mesa de los amos. De esta mesa, de la comida del amo, es de la que ella espera una dádiva.

A esta actitud manifestada en el planteamiento que hace la mujer, Jesús la llama fe grande.

Por su fe grande la cananea supera la discriminación étnica y empieza vivir ya el proyecto del Reino. Por esta fe grande la mujer está haciendo que el alimento universal que procede de la mesa del amo llegue a la realidad concreta de su historia personal. Por esta fe grande la mujer hace que se anticipe para ella y para su hija el fruto de la Pascua de Jesucristo; no tiene que esperar esta cananea a que Jesús, una vez revestido de la fuerza de Dios, envíe a sus discípulos a todos los pueblos (véase Mateo 28, 16-20).

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