LITURGIA Abril 22 La intensa experiencia de comunión con el Resucitado

La liturgia de estos domingos nos invita a contemplar y celebrar los frutos de la Pascua de Cristo en la Iglesia y en cada uno de nosotros. Si los domingos anteriores…
La oración colecta de este domingo inspira este tránsito de temática de los domingos a esta altura de la cincuentena pascual; con la oración que cierra los ritos iniciales de la misa pedimos al Padre del cielo que «nos lleve a la comunión de las alegrías celestiales para que el humilde rebaño llegue a donde ya lo precedió su glorioso pastor». Acudiendo a la socorrida imagen bíblica del pastor y el rebaño la Iglesia implora que la victoria pascual de Cristo se haga manifiesta en la historia de cada uno de nosotros para que así se realice la comunión con él.
En las palabras de Pedro ante el sanedrín que escuchamos en la primera lectura (Hechos 4, 8-12) podemos entender que la victoria de Cristo ha alcanzado la existencia del hombre que antes fue lisiado y vivía de la caridad de las personas piadosas que acudían al templo, «Dios resucitó a Jesús de entre los muertos y gracias a Él este hombre se presenta sano ante ustedes». La afirmación del Príncipe de los Apóstoles es categórica: «no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».
Esta situación de novedad pascual ya ha comenzado a ser realidad en los discípulos de Jesús; quienes han aceptado el Evangelio, por el bautismo son en verdad hijos de Dios, ellos ya participan de la nueva vida de la resurrección de Cristo. Los versículos de la primera carta de San Juan que escuchamos en la segunda lectura (1Juan 3, 1-2) nos revelan que esta participación en la vida de Dios permanece oculta para quien vive según los criterios del mundo, «el mundo no nos conoce porque no lo conoció a Él».
Unos de los reclamos a los que quiere responder el PlanE es precisamente a la falta de identidad de los miembros de la Iglesia arquidiocesana, quizá sea el mismo miembro de la Iglesia quien esté encontrando dificultades para tener clara su identidad como cristiano acaso porque esté orientando su vida según los códigos y valores del mundo, pero en la medida en que nos vayamos abriendo a la experiencia de comunión con Dios iremos descubriendo nuestra identidad de hijos suyos: «sabemos que, cuando Él [Dios] se manifieste, seremos semejantes a Él»; y Dios comienza a manifestarse en el secreto íntimo de cada uno de nosotros.
Esta realidad de comunión intensa personal se reconoce en el texto del evangelio (Juan 19, 11-18) a través de la imagen del Buen Pastor. El evangelio de la misa de este domingo tiene dos partes, en la primera Jesús se presenta y define como el Pastor bueno, en la segunda parte Jesús anuncia el don de sí mismo para que tengamos vida.
El texto del evangelio de la misa de hoy se abre con unas palabras de Jesús que nos llevan a pensar en el cumplimiento de las promesas de los profetas del Antiguo Testamento que anunciaban un pastor según el corazón de Dios: «Yo soy el Buen Pastor». El adjetivo ‘bueno’ es la traducción del griego ‘kalos’, lo que nos lleva a pensar en ‘bueno’ en el sentido de calidad más que de piedad o apacibilidad. Esta calidad del pastor se presenta contrastada con la situación de un pastor mercenario, el pastor mercenario no tiene relación personal con las ovejas y como no siente que sean suyas, cuando ve algún peligro que las amenaza, huye abandonándolas.
Por el contrario, el pastor de calidad conoce a sus ovejas. Aquí Jesús explica este conocimiento como la experiencia del Padre conociéndolo a Él. En el evangelio según San Juan esta secuencia
(Padre – Jesús – discípulos) aparece varias veces: «Como el Padre me ama, así los he amado yo», «Como el Padre me envío, así lo envío yo». En nuestro texto de hoy: «Como el Padre me conoce (…) yo conozco mis ovejas». Este conocimiento o experiencia de comunión íntima que tiene su origen en el Padre, de quien procede todo bien (1Corintios 8, 6) es de la que Jesús quiere que participen sus discípulos.
En la segunda parte del evangelio Jesús esclarece cómo esta voluntad salvífica del Padre llega a realizarse en la historia de la humanidad. El Padre le ha dado poder a Jesús para ofrecer la vida por los discípulos, ofrecer la vida en el sentido de exponerse, de arriesgar la vida para que los discípulos participen de la comunión íntima de vida con Dios. Tenemos aquí una referencia a la encarnación en el sentido del himno de la carta a los filipenses: «Cristo, siendo de condición divina, no se aferró a su igualdad con Dios; al contrario, se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo…» (Filipenses 2, 6). Exponiéndose por sus ovejas –asumiendo la realidad de la encarnación, viviendo una existencia como la nuestra– Jesús ejerce el poder que le dio el Padre para dar vida al rebaño. Por el misterio de la encarnación nos es posible a todos nosotros entrar en comunión con el Verbo hecho carne, precisamente a partir de lo humano que hay en cada uno de nosotros.
Fuente Disminuir
Fuente