El Reino de Dios es la revelación más hermosa, apasionante y comprometedora que nos hace el Evangelio. Es fuego, y Jesús quiere que arda.
Jesús vivió entregado, de lleno y con pasión, al anuncio de esa Buena Noticia. En esta perspectiva podemos entender mucho mejor sus palabras en el Evangelio de este domingo: Fuego he venido a traer a la tierra, y cómo desearía que ya estuviese ardiendo.
Vemos a Jesús creando división con sus palabras y sus hechos. Su mensaje es como una espada tajante que se introduce hasta en lo que la sociedad considera más sagrado, en la familia. Diría yo que Jesús pone a todos en tensión. Ese fuego que arde en el interior de cada uno de nosotros no es otra cosa que pasión por Dios, por su Reino, y por el amor al prójimo.
Ese fuego es el poder transformador que Jesús quiso traer a la tierra. Si ese fuego se apaga, la pasión por el Reino de Dios y la vida cristiana empiezan a extinguirse, porque ese fuego es el que hace que nos sintamos y vivamos como hijos de Dios y como hermanos; ese fuego cambia la visión no solo de nuestra propia vida como personas, sino también como miembros de una sociedad y de una familia.
Jesús es inconfundible. Su palabra es viva y penetrante, sacude, impacta, y transforma. Su pasión es la vida; la vida plena, sana, verdadera. «Yo soy la vida, he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia». Jesús fue un maestro de un estilo de vida, de un camino de transformación personal y comunitaria. Por eso, la tarea de un cristiano es transformar la vida, hacerla más humana, más justa, más fecunda. No es simplemente respetar la ley y guardar el orden; es un fuego que destruye la mentira, la corrupción, la injusticia, la violencia, que transforma la conciencia de las personas y de los pueblos, la vida en familia, la vida en sociedad.
No nos de miedo hablar de amor, porque el amor está en el centro del Evangelio; fuimos creados por amor y para amar. Qué hermosa tarea para todos los que hemos sido llamados, y para los que han de serlo en los próximos años: anunciar el Reino de Dios, encender el fuego que Jesús vino a traerá la tierra y quiere que arda también en esta patria nuestra.
A la luz de la misión de Jesús en la tierra, me pongo a pensar si cuando los colombianos, hoy, cantamos el Himno Nacional estamos cantando verdades o mentiras. Porque lo que hoy estamos viviendo es una horrible noche, noche de corrupción, de compraventa de conciencias, de narcotráfico, de propaganda mentirosa y de acción criminal de grupos organizados. Noche que impide que el bien germine como debiera germinar, pues es grande el número de los compatriotas que hoy no comprenden las palabras del que murió en la Cruz, Cristo el Señor.
Una razón más para que todos trabajemos con inteligencia y sin descanso, porque el fuego que Jesús vino a traer a la tierra arda en la Colombia de nuestros días.
P. Carlos Marin G.
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