El pueblo de Israel ya conocía el mandato del amor establecido en los Libros Sagrados, pero ese mandato era interpretado y condicionado por las leyes y costumbres de la época, como la Ley del Talión, “ojo por ojo y diente por diente”. Así eran las cosas antes de Cristo.
Jesús propone otro camino, otra manera de ver las cosas. El Reino de Dios no está basado en el odio ni en la venganza, sino en el principio del amor y del perdón. Es la novedad del mensaje de Jesús.
El amor del cual habla Jesús: abarca a todos, también a los enemigos, a los que nos odian, nos injurian o nos hacen daño. No es vengativo, al mal responde con el bien. Es gratuito y generoso, no espera recompensa. No juzga ni condena, está pronto a perdonar y a dar con alegría.
Esta página del Evangelio hay que entenderla bien. Los discípulos de Jesús tenemos que denunciar y luchar contra la injusticia, la mentira, la opresión, pero lo hacemos sin odio, sin ánimo de venganza, más aún, perdonando y amando a los enemigos, a los que nos persiguen y calumnian. Jesús supone que tendremos enemigos, pero nos pide que seamos capaces de perdonarlos, sin odio, sin resentimiento. El odio nunca produce satisfacción sino angustia.
Algo que nos hace falta es descubrir la fuerza humanizadora, social y política del perdón. El perdón hace más humana a la persona. La ennoblece. Y por encima de todo, el perdón es un acto agradable a un Dios que no nos niega su perdón por el pecado cometido. El cristiano perdona porque se siente perdonado por Dios; si perdona, lo hace por amor. En eso está la autenticidad del amor cristiano: una experiencia fundamental en la vida de todos nosotros.
El perdón como virtud cristiana, en ningún caso supone renunciar a la aplicación de la justicia. Una cosa es perdonar y olvidar, y otra bien distinta, urgir la aplicación de la justicia penal por parte de la autoridad establecida y la sanción social por parte de la comunidad, cuando hay de por medio crímenes atroces, o condenas injustas. Perdonar no es renunciar a los propios derechos a que se haga justicia ni tampoco echar al olvido el daño que se nos ha hecho. Jurídicamente el perdón no existe. Los códigos penales no incluyen el verbo perdonar.
Concluyamos: perdonar y amar no es fácil. Pero es posible a partir de la fe en que somos amados y perdonados por Dios, y que el más perfecto modo de imitarlo es amar y perdonar a los que nos han ofendido, tal como Él lo ha hecho con nosotros.
Perdonar y amar… así es el cristianismo. Jesús nos lo enseñó y nos dio el mejor ejemplo.
Padre Carlos Marín G.
Fuente Disminuir
Fuente