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La fe en Dios tiene que volverse un grito

13 de agosto de 2023
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Escuchamos en el evangelio de San Mateo una referencia simbólica a la Iglesia primitiva acosada ya en el siglo primero por la oposición de los judíos y los fariseos, y también por el poder de la Roma de entonces.

No son solo los fuertes vientos sino la misma barca la que está zarandeada por las olas. Jesús está lejos, está en el monte “Orando”; los discípulos se encuentran en serio peligro. Sin Jesús nada pueden hacer. Este es el simbolismo con la Iglesia.

La escena tiene lugar de noche, lo mismo que la resurrección del Señor. El viene a los suyos, pero ellos creen ver un fantasma. Jesús, entonces, afirma su identidad y da el saludo de paz: “Soy yo, no tengáis miedo”. No obstante, Pedro, cabeza de la comunidad eclesial, muestra tener una fe frágil, llena de miedos y vacilaciones.

Lo que hace Jesús es enseñar a sus discípulos a enfrentarse a las tempestades futuras más peligrosas, y a liberarse de sus miedos, de su “Poca fe”. Es una enseñanza dirigida a la comunidad cristiana de todos los tiempos, para que enfrente con valentía, como lo hizo Pedro, sin dudas ni vacilaciones, las dificultades, las persecuciones, la hostilidad de un gobierno que no reconoce a Jesús Hijo de Dios, o lo ignora para el logro de sus propios propósitos.

Jesús nos pide, como a Pedro, que “No dudemos”, y que como éste lo hizo, nos acerquémonos a Él “Caminando sobre las aguas”, por más agitadas que estén.

De Pedro tenemos que aprender a gritar y a levantar nuestras manos todos los días con un “Sálvanos Señor”. En muchos momentos o circunstancias de la vida, la fe en Dios tiene que volverse un grito, una llamada urgente a Dios.

Pero ese grito tiene que ser fruto de nuestra fe, de nuestra confianza, de nuestra coherencia entre la fe y nuestra vida cotidiana. Que no haya ninguna distancia entre la fe que decimos profesar y lo que somos en realidad.

La fe implica una visión nueva del ser humano, de su vida, de su misión en el mundo y concretamente de sus responsabilidades históricas en el hoy de su propia patria, con mayor razón cuando las olas de la corrupción generalizada están encrespadas y los vientos de una criminalidad desbordada soplan en dirección contraria al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.

Padre Carlos Marín G.

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