Lo que Jesús hizo en la celebración de las bodas de Caná es un “signo” una “señal”. Es el lenguaje que usa San Juan en su Evangelio. Jesús hace algo que pueden ver nuestros ojos; algo que nos acerca a su Persona y nos ayuda a descubrir su misión, su poder como Hijo de Dios, como Salvador. Los milagros que hace Jesús son un signo de un Dios que libera al ser humano de la enfermedad, de la tristeza, de la ceguera, de la lepra, de la muerte; que es fuente de vida nueva.
Dios Padre se manifiesta definitivamente en Jesús. La transformación del agua en vino realizada por Jesús en Caná es como otra Epifanía. Todo sucede durante la celebración de unas bodas. Es que la mejor imagen del Reino de Dios, de la vida cristiana, de lo que Dios quiere para todos nosotros, es la del banquete de bodas.
Este milagro no es, pues, una casualidad, no es un simple detalle sin importancia. Es una fiesta, expresión del amor de Dios y del amor que un hombre y una mujer se profesan.
La Virgen María, Madre de Jesús, ella también presente en la fiesta de bodas, se da cuenta de que no tienen vino, y se lo dice a Jesús. ¿qué quieres de mí, le responde Jesús. Ella, conocedora de la misión de su Hijo, de su poder y de su amor, dice a los sirvientes: ¡Haced lo que Él os diga!.
El Señor Jesucristo nos trae la salvación, y esto tenemos que celebrarlo como una fiesta; celebrarla, agradecerla y anunciarla como la mejor y más auténtica de las fiestas. Es lo que Jesús nos trae a la tierra: alegría, amor. Así transforma nuestra vida.
Así anunció Jesús la Buena Nueva, como fuente de vida nueva. Así debe ser el anuncio que nosotros hacemos del Evangelio todos los días al celebrar la Eucaristía. No simplemente con palabras, sino sobre todo con signos, al estilo de Jesús. Con gestos de comprensión, de verdadera cercanía a los hermanos que sufren, de servicio a todo aquel a quien se le acaba el vino en su casa.
Así debemos hacerlo nosotros, con mayor razón en el hoy que vive nuestra patria colombiana. Que Jesús sea fermento de una Colombia en paz, sin compraventa de conciencias y con verdadera administración de justicia, sin corrupción y sin violencia armada; habitada por hombres y mujeres que se reconocen como seres humanos, y por tanto se respetan, se aman y se sirven unos a otros como hermanos.
Padre Carlos Marín G.
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